Una sonrisa se amplía en su boca. Frota con sus dedos mi labio inferior y respira suavemente evaluando cada rasgo de mi rostro con cautela. Sus ojos expectantes recorren mi frente, mis cejas, mis ojos, mi nariz, mis mejillas y finalmente paran en mis labios. Se mantiene observando justo ahí con mirada ansiosa, curiosa, desesperada.
—Ya di algo. —susurro mordiéndome el labio. Él sonríe.
— ¿Qué puedo decir? Me dejas sin palabras.
—Debería ser al revés, fuiste tú quien lo dijo todo, no yo.
—Pero eres tú quien me mira de esa manera, con esa mirada, con esa cara. —se acerca más y nuestras narices se tocan tiernamente. —Eres bellísima, asombrosamente perfecta. Tus padres debieron haberte hecho con demasiado amor de por medio.
Me río por su último comentario pero a la vez me sonrojo por su alago.
— ¿Perfecta? —arrugo la frente. —Nadie es perfecto.
—Bueno, tú sí. —responde inmediatamente y sin dudar. —Lo eres para mí. Voy a confesarte que cuando te vi en Starbucks aquella tarde me volví tan desesperadamente loco por atraerte que no dejé de mirarte mientras bebías, sólo esperando el momento en el que me notaras.
— ¡Te noté desde que llegué! —digo irónica. — ¿Eso no fue obvio?
—No para mí. Yo estuve todo el tiempo mirándote y tú sólo te concentrabas en tomarte tu frapuccino, ver el menú y hablar por celular. Eras tan bonita y te veías tan segura de ti misma que me sentí completamente intimidado. No era como que yo sintiera vergüenza al acercarme a una mujer, de hecho, ellas se acercaban a mí, pero contigo pasó lo contrario, nada estaba a mi favor. Así que cuando mis miradas no funcionaron recurrí al plan B. —sonríe para sí mismo y vuelve a acariciar un mechón de cabello que descansa en mi frente. —Usé mis habilidades para que tu celular se cayera y tu bebida también. Luego, de nuevo tu celular al salir disparada por la entrada. Quizá no fue lo más correcto pero estaba muriéndome por hablarte y no te dejaría ir sin haber si quiera escuchado tu voz.
La sonrisa de tonta de mi cara no desaparece.
—Y cuando gracias al cielo escuché tu voz al darte tu celular no pude dejar de pensar en ti en toda la jodida noche. Me decidí a verte de nuevo así que me paseé por el centro comercial todos los días a todas horas hasta que volví a verte. A partir de la tercera vez, cuando estabas toda empapada y escurriendo, ya no tuve que buscarte. Empecé a sentirte aunque no estuvieras y fue cuando supe que debía protegerte, es así como se siente cuando una persona es perseguida por un dienvoyé. Tú no lo sabías, por supuesto. —suspira como si le costara recordar aquello. —He salvado a tantas personas desde mis doce años, Angélica. Cientos de miles que son elegidos por algún enviado del Diablo siendo inocentes y no merecedores a morir. Cada cierto tiempo siento a alguien diferente, una misión diferente. Pero contigo… oh. —sus ojos se centran más profundamente en los míos, una de sus manos se entrelaza con la mía y después besa mis nudillos antes de hablar. —Ya no era sólo la atracción que sentía por ti, era algo más fuerte. Mi corazón se aceleraba a velocidades impresionantes cuando estabas cerca, pero más aún cuando sentías miedo y yo no estaba ahí. Pasó cuando ese imbécil te forcejeó a besarlo en tu contra. Pasó cuando Zidane se paseaba en tu habitación y tú temías si estabas siendo vigilada. Pasó una gran cantidad de veces hasta que me vi obligado a cuidarte como a mi vida. Nunca me había pasado con nadie, ¿Sabes? Yo solía ser una sombra en la oscuridad de los que me necesitaban hasta que llegaba el momento, y justo ahí, discreto y cauteloso, los salvaba y ellos no lo sabrían nunca. Siempre a un paso de la muerte, a nada de pasar la línea. Debí haber hecho lo mismo contigo, cuidarte desde lejos, mantenerte apartada de mí, pero, oh… simplemente no pude.