Sin importarme algunas miradas disimuladas, —no tanto—, de personas que pasan junto a mí y se sorprenden como si nunca hubieran visto a nadie mojado me dirijo hacia un largo pasillo que al final cuenta con una grande y hermosa fuente que nunca deja de sacar agua y que además ahora es iluminada con luces de colores en el fondo, que por cierto no tengo idea de cómo lo hacen pero es impresionante. Me siento en la rocosa banca de piedra que la rodea y me abrazo a mi misma con los brazos cruzados, el cuerpo temblando y una capa de humo frío deslizándose por mis labios. Ruego mentalmente que la tormenta acabe pronto para que pueda volver a casa o al menos mamá sospeche que algo va mal y me llame antes de dejar pasar la hora de salida de clases. ¡Odio haber gastado mi dinero en ese sándwich de pollo y esa coca cola de dieta! Eso me pasa por no ser ahorrativa y no llevar dinero de repuesto siempre. Suspiro entrecortadamente y aún tiemblo bastante, esta horrible sensación no abandona mi cuerpo y creo que en este estado parezco una vagabunda o algo similar.
— ¡Dios mío Meredith! —Exclama una voz sorprendida junto a mí. Levanto mi cabeza aunque no es necesario, reconozco al sujeto que siempre suele llegar cuando la Señorita Torpeza 2013 realiza sus mejores hazañas. Ahora el frío que siento se mezcla con la vibra extraña en mi cuerpo y en mi piel, es inevitable, no puedo controlar esto y deduzco que debo estar enfermándome o algo así. Si… enfermándome cada que él se acerca. No es lógico. Apenas reacciono cuando él se quita el suéter azul que lleva puesto y me lo coloca por los hombros. No protesto porque estoy demasiado congelada para eso, pero luego vuelvo a reaccionar y a darme cuenta de que ha dicho mi nombre.
— ¿Cómo… —me detengo, mierda, apenas puedo hablar sin que mis dientes tiemblen—, sabes mi nombre?
Él se sienta a mi lado y me evalúa de pies a cabeza.
—Lo lleva tu gafete, Meredith Luttor. —Dice divertido pero la diversión no alcanza sus ojos. Parece… preocupado. ¿Enserio? Quizá estoy imaginándomelo, el tipo ni me conoce. Volteo a mi cuello y efectivamente llevo el gafete de la escuela que olvidé quitarme horas atrás. Es una estupidez habérmelo puesto, sólo lo necesito para entrar a la biblioteca y ni siquiera saqué libros hoy, sólo fui a husmear y olvidé guardarlo. Por supuesto, él estará aquí cada que yo haga algo ridículo. ¡Bravo! — ¿Por qué te empapaste así? ¿No sabes que existe algo llamado “Techo” que hay en casi todas partes y sirve para cubrirse de las lluvias?
—Quería pescar un resfriado. —Susurro sarcástica y él levanta una ceja, no se ríe así que mi broma no le ha causado gracia.
—No es divertido, puedes enfermarte y morir. —Dice, y creo que se está yendo a los EXTREMOS TOTALES. — ¿Vienes sola?
—No te conozco. —Respondo fría, literal. Él finalmente sonríe.
—Pues yo a ti sí.
Siento una punzada, otra y otra en mi corazón. ¿Por qué hace eso en mí? ¡Agh!
—No es verdad. —Digo secamente y encuentro sus ojos mieles con los míos. Oh. Dios. Mío. Maldita sensación que me provoca otra vez.
—Claro que sí. Te llamas Meredith Luttor, te gustan los colores pasteles y los frapuccinos chips, por tu estado deduzco que no eres amante de la lluvia, por tu físico probablemente seas deportista de voleibol o atletismo y por los acontecimientos ocurridos en tu contra concluyo que no tienes muy buena suerte que digamos.
Me quedo más fría de lo que ya estoy. ¡Me ha descrito completamente! Estoy sin aire, sin habla, sin movilidad. Frunzo el ceño, mi expresión es de sorpresa, las dudas invaden mi mente, tiemblo más de lo que ya lo hacía y él simplemente se dedica a ocultar una traviesa sonrisa que me derrite.
— ¿Quién eres? —Pregunto tragando saliva. — ¿Cómo pudiste describirme tan bien? nadie lo había hecho nunca.
—Con sólo ver a alguien puedo adivinar mucho sobre su vida, Meredith. —Dice sin problema y se lambe un momento los labios. Agh… no debió hacerlo, eso se vio demasiado sensual-tentador-provocador para mí. —Se le llama inteligencia.
No puedo evitar reírme.
— ¡Qué presumido! —Digo sin poder controlarme. Él frunce el ceño como si no entendiera.
—Hablar de tus aptitudes, capacidades y todo lo bueno que posees no tiene nada de malo. Es agradable decirlo y que te escuchen, así como que te lo digan y los escuches. Ahora dime, ¿Cuáles son las tuyas?
Me quedo seria por su manera tan… inteligente de responder. En verdad lo decía enserio, es inteligente y se nota. Parece de las personas que no dicen nada sin haberlo pensado antes.
—Mejor quiero saber cómo supiste que juego voleibol y además corro todas las tardes, que me gustan los colores pasteles y que odio la lluvia porque creo que lo de los frapuccinos lo adivinaste cuando me viste en Starbucks y sobre mi mala suerte… mhm, no hay duda de eso.
Él suspira y esquiva mi mirada volteando hacia el frente.
—Supe lo del atletismo por tu físico, ya te lo dije. Tus piernas me lo dicen. Y pensé que jugabas voleibol por la forma de tus brazos y hombros. Fueras más alta si practicaras algún deporte como el básquetbol. Sé que te gustan los colores pasteles porque llevabas mucho de ellos la primera vez que te vi, y la segunda, y ahora también. Odias la lluvia porque cuando te encontré aquí tu rostro era de pura molestia y coraje. Fin de la historia.
De todas las palabras que dijo lo único que impactó directamente a mi cerebro fue lo que dijo sobre mis piernas. ¡Así que las ha observado bien! Dios... ha puesto atención en mi cuerpo y en todo de mí. No sé si sentirme acosada, alagada o asustada. Creo que me inclinaré por las tres para hacer un balance.
— ¿Quién eres? —Pregunto sin poder evitarlo. — ¿Cómo te llamas?
Pero no responde. Al contrario de eso me sonríe con una fina línea seductora, me mira intensamente y luego se pone de pie y empieza a caminar hacia adelante como si yo me hubiera esfumado.
— ¡Oye, no escuché tu nombre! —Grito detrás de él y tarde me doy cuenta de que eso es exactamente lo que él me dijo hace tres días cuando estábamos frente al árbol de navidad.
—No lo dije. —Responde y ahí está. Me ha devuelto la jugada. Sigue su camino pero yo no voy a quedarme aquí con las manos vacías. Tan pronto como él se aleja yo lo sigo por detrás, entonces lo veo aproximarse a las puertas que indican SALIDA y se abre paso en ellas. Parece no importarle salir y estar sin su suéter azul que me ha prestado, —que por cierto es sumamente confortable y cálido—, camina unos pasos a la derecha bajo la lluvia y lo pierdo de vista. Corro para alcanzarlo, y esta vez no me importa salir y empaparme otra vez, voy a saber su nombre cueste lo que cueste.Twitter: @biebaslovers