Capitulo 40.

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Cuando mamá me obliga a comer más pavo y puré del que debería quedo satisfecha y le doy un gran trago a mi refresco. Dejo el vaso sobre la mesa y me siento asqueada al ver tanta comida sobre la mesa. 

— ¿Postre? —pregunta sonriente.

—Mamá, no puedo ni con mi alma. —susurro.

—Tienes que comer bien, querida. El doctor dijo que perdiste una gran cantidad de nutrientes y necesitas recuperarte. —habla mi abuela. 

—Ahora mismo no creo necesitar ningún otro nutriente.

—Pues qué pena porque falta tu pastilla. —dice mi madre dejando sobre la mesa un pequeño botecito anaranjado con tapadera blanca.

—No voy a tomar eso. —reniego.

—Vas a tomarlas todas, señorita. Son sólo vitaminas. Una cada ocho horas, eso si quieres recuperar las fuerzas. Hace una hora estabas cayéndote desmayada por las escaleras y tu tío Ronald tuvo que cargarte al hospital. ¿Quieres eso de nuevo? Además aún necesito explicaciones sobre el porqué de tu falta de apetito. Eso jamás sucederá de nuevo. —regaña y noto que, a pesar de que quiere verse calmada, por dentro está realmente preocupada por mi bienestar.

—Sólo es una pastilla, sobrina. —dice Deina sonriéndome dulcemente.

—Si, una muy grande y que se atorará en mi garganta. —bufo cuando la sostengo en mi mano. Si hay algo que realmente odio en esta vida son las pastillas, las inyecciones… todo lo relacionado con hospitales y doctores.

—Sólo tómala cariño. —dice mi abuelo George pasivo. —A tu edad yo aceptaría. ¿Sabes lo que es ser un anciano sin fuerzas? Es horrible. Si hace sesenta años hubiera aceptado tomar vitaminas hoy no estuviera tan jodido.

—George. —alerta mi abuela. Sonrío y suspiro.

—Una pequeña tableta no te matará. —asegura Carter guiñándome un ojo. —Además, después abrirás tus regalos, ¿No? Vi bastantes para ti debajo del árbol.

—Qué chantajista. 

— ¡Oye mamá, mira esto! —dice Johnny emocionado mientras le muestra desde el tapete de la sala uno de sus nuevos videojuegos de Xbox.

—Increíble. ¿Ya abriste los demás? —responde sonriente.

— ¡No, pero este me encanta mamá, gracias!

—Los niños de hoy ya no creen en Santa Claus. ¿Qué pasa con el mundo? —se lamenta Mirna.

Mientras todos en el comedor y la sala reactivan una conversación aprovecho a que nadie me mira y coloco la pastilla en mi boca. Tomo mi vaso de refresco de sangría y me la trago antes de vomitar todo lo que comí. Bebo bastante hasta que ya no me queda rastro alguno de la asquerosa tableta y toso un poco. Todos continúan platicando sin notarme así que me levanto de la mesa y voy hacia la sala, me siento junto a mi tío Ronald en el sillón y me inclino un poco observando a Johnny, Carl y Bryan que abren aún sus regalos con emoción y desesperación.

—Oye Mer, mira esto. —dice Bryan mostrándome su nuevo iPod.

—Presumido. —le saco la lengua. 

—Tonta. Por cierto, ¿Dónde quedó tu celular? Ya no te he visto con él y antes nunca lo soltabas. 

Mi celular… oh, que larga historia. 

—Se me perdió. —resumo. Él asiente y luego Carl me mira.

— ¿No abrirás tus regalos prima? Hay unos cuántos para ti. 

Sonrío y cuando preparo mi garganta para responder algo me detiene. Desde la punta de mis pies hasta la punta de mi cabeza se avecina un fugaz escalofrío que poco a poco hierve en mi piel y la electrifica.

Presto atención a todos los rincones de mi casa pero no me muevo, mi corazón empieza a retumbar fuerte contra mi pecho y me altero, mi respiración se agita y todo rastro de tranquilidad me abandona. Tengo miedo pero no sé porqué ni de quién, simplemente llega a mí y me vigila muy de cerca. Trago saliva sin saber cómo reaccionar, volteo a ver a mi hermano y me sorprendo al verlo en el mismo estado de shock que yo.

Él está mirando fijamente hacia todas partes como si buscara y sintiera lo mismo que yo.

¿Qué? Todo el mundo está como si nada menos nosotros, la sensación se vuelve cada vez más cercana y abrumadora.

— ¿Johnny…? —susurro mirándolo. Él gira su cabeza hacia mí y noto en sus ojos un miedo que jamás había visto en él. Su expresión está dura y sus labios entreabiertos. — ¿Lo sientes? —pregunto sin hablar, sólo remarcando las palabras sobre mis labios.

Él niega con la cabeza pero ya no hay manera alguna de que me mienta. Me levanto del sillón y lo tomo por el brazo llevándolo hasta el patio trasero de la casa. No sé si mi familia nos vio salir pero eso no me importa ahora. Una vez que me aseguro de que estamos afuera solos me paro frente a él y lo tomo por los hombros.

—Johnny, sé que lo sentiste igual que yo. Dime que no estoy sola en esto, por favor. —suplico.

—Yo… —Voltea a todos lados menos a mí. —No sé de qué hablas. 

— ¡Johnny! —me altero. —Vi tu mirada. ¿Desde cuando lo has estado sintiendo también? ¿Qué es lo que sabes? ¿Él ha venido a ti? 

Él suelta un profundo suspiro con todo el aire retenido en su interior.

—Está bien… sí lo sentí. —confiesa. Me quedo helada ante su afirmación y la inquietante sensación no me abandona, ahora estando segura de que tampoco a él.

— ¡Dime más! ¿Has visto a ese hombre que yo veo? Siempre va de negro, es… es tan oscuro como una sombra. —tartamudeo.

—Él… —traga saliva y se acerca un paso a mí. —Él rompió mi brazo. 

Y lo siguiente que pasa me deja inmóvil. Johnny me toma por sorpresa abrazándome fuerte con sus brazos —uno apenas curado— y hunde su cabeza en mi cuello. Me quedo estupefacta pero luego reacciono, lo abrazo también y percibo su miedo por la manera en que no me suelta.

—Oh, hermano… —lo aprieto fuerte. —Tengo tanto miedo como tú. ¿Por qué no me lo dijiste? 

—Yo no sabía que a ti también se te aparecía. —susurra. 

—Esto es… —la bilis aparece en mi garganta y se aproxima a mi boca. —horrible. Hay muchas cosas que no sabes aún, pero tengo a alguien que puede ayudarnos…

Pero, ¿Realmente tengo a alguien? La pregunta asecha mi mente. Justin no ha venido a verme desde ayer. Un miedo más grande me atraviesa. ¿Dónde está? Trago saliva con el puro pensamiento y luego Johnny me suelta. 

— ¿Qué es lo que quiere de nosotros? —pregunta mirándome con pánico.

—No lo sé, Johnny… no lo sé.

-

Son casi las ocho y el cielo ya ha oscurecido en Milwaukee.

En el pronóstico de hoy han anunciado una posible nevada y cuando me asomo por la ventana de la sala no me cabe duda en que no estaban equivocados. Todo el patio de afuera está teñido de blanco por la nieve que cae continuamente y azota contra el césped, los árboles, las banquetas y los arbustos que forman parte de nuestro vecindario.

Pego mí frente al cristal empañado y trato de ver más allá de la calle cómo está el panorama. Voy a darme la vuelta para avisarles a todos que está nevando cuando visualizo a un hombre de pie justo en mi banqueta.

Me paralizo porque apenas logro verlo, lleva un largo saco negro que le llega hasta las rodillas y la noche hace que se camuflaje volviéndolo casi invisible. Mi piel de nuevo experimenta el horror de verlo otra vez, no veo su cara pero sí sus ojos.

El color rojo de ellos se intensifica en mi dirección y es como si se apoderara de mis defensas. No sé quién es pero si lo viera en mis sueños diría que es el diablo mismo convertido en humano.

Jadeo asustada, mi respiración se corta y jalo la cortina apartándome de la ventana. Cuando me doy la vuelta hacia mi familia me inmovilizo, los focos arriba parpadean y un segundo después todas las luces de la casa se apagan dejándonos en medio de la completa oscuridad.

Twitter: @biebaslovers

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