* * *
La gente iba de un lado a otro, desde que había llegado al restaurante no paré de moverme, tampoco el resto de los cocineros. Esteban, nuestro jefe, supervisaba que estuviéramos realizando nuestro trabajo. Tenía un cliente muy importante que le haría una fiesta a su hija pequeña, el cual le había pedido un banquete para la mañana siguiente, por lo tanto, no nos iríamos de ahí hasta que toda la comida estuviera en perfecto orden.
Priscila estaba poniéndole betún a una charola de mantecadas, movía sus manos con rapidez, uno tras otro sin titubear; eran de colores pasteles pues el tema de la fiesta eran las hadas. Los que nos encargábamos de los postres teníamos más cosas por hacer que los encargados de los platillos centrales, pues al ser una fiesta infantil, lo que más debía lucir eran los dulces y pasteles.
Estaba impaciente por terminar porque había quedado con Sam para ir a cenar, todavía no sabía a dónde iríamos, pero esa mañana me había agarrado de la mano antes de que pudiera salir de la cocina después de desayunar, me había dicho que no olvidara nuestros planes porque estaba ansioso por estar conmigo. Y sí, prácticamente salí de ahí sonriendo como una idiota, eso era lo que me la pasaba haciendo desde el día que había acariciado mis tatuajes en su cama. Había pasado toda la tarde cuidándolo, creí que la temperatura había sido la causante de su actitud, sin embargo, cuando despertó, se portó tan lindo que tuve que escaparme para poder suspirar; podía ser tierno si quería.
Estaba perdida en mis pensamientos, no me di cuenta de que alguien estaba a mi lado hasta que una voz ronca me hizo saltar del susto y espolvorear más grageas de las que quería. Solté una maldición entre dientes, levanté la mirada y me encontré con Esteban, quien sonreía de oreja a oreja. Me molestó que me interrumpiera, cuando alguien hacía que me equivocara o perdiera la concentración mientras cocinaba, mi malhumor fluía; justo como en ese momento. Por supuesto que me tuve que tragar las ganas de decirle que se fuera porque... bueno, no era mi restaurante.
—Todavía falta mucho para terminar, ¿te importaría quedarte horas extras? —preguntó mirándome con los párpados bien abiertos. Me removí incomoda, no quería quedarme más tiempo porque tenía planes, pero ¿qué habría dicho él si le hubiera dicho que no después de la gran oportunidad que me había dado al dejarme trabajar ahí?
—No hay problema —dije sin más remedio. Él asintió, conforme y se dio la vuelta para dirigirse a la mesa de al lado.
—¿Por qué carajos no me preguntó a mí si podía quedarme? —murmuró Priscila refunfuñando mientras colocaba unas alas hechas de fondant en el betún.
Ignoré su comentario y me debatí mentalmente entre lo que tenía que hacer, aunque no había muchas opciones en la lista. Me limpié las manos en mi delantal y le pedí permiso a la chef —que se encargaba de los postres— para ir al baño, quien me dio un asentimiento de cabeza y me susurró un «no demores demasiado».
ESTÁS LEYENDO
Cayendo por Rebecca © ✔️
RomanceSamuel es un hombre tranquilo, es maestro en una de las universidades más prestigiosas de México, tiene una novia hermosa con la que planea casarse y no pide nada más que ser feliz. Todo se va a la deriva cuando su madre lo obliga a cuidar a la desv...