Capítulo 24

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Me puse algo decente para bajar a desayunar, esperando que Becca se encontrara con mi madre. Hilda Campos tenía la costumbre de levantarse a las siete de la mañana, meterse a la cocina, y no salir de ahí hasta terminar todo lo que se iba a comer en el día, lo cual ocasionaba un escándalo, pues no era nada discreta; movía platos, cubiertos, usaba la licuadora, entre muchas otras cosas que hacían que los integrantes de la familia despertaran temprano.

Recordé todas esas veces en las que había llegado tomado en la madrugada, después de pasar la noche en fiestas con mis amigos, y ella hacía ruido para castigarme.

Escuchaba voces femeninas conforme me acercaba al sitio, el aire olía delicioso, mi estómago gruñó pidiendo comida. Hice un enorme esfuerzo por identificar el timbre ronco de mi gitana, pero no pude encontrarlo entre el tumulto de susurros, risas y palabras. Ya quería verla, ¿estaría cambiada o usando su pijama todavía a pesar de que eran las once de la mañana?

Lo primero que hice al traspasar el umbral, fue barrer el sitio en su búsqueda. Quise regresar a la cama cuando no la encontré por ninguna parte, solo estaban mi madre y mis hermanas, quienes guardaron silencio cuando me vieron entrar arrastrando los pies. Tarde me di cuenta de que se habían percatado de que inspeccioné la cocina y perdí el interés en menos de un segundo.

—Al fin despertó el bello durmiente, te estábamos esperando —dijo Chío sonriendo de lado. Me di la vuelta para que no pudieran ver mi rostro, aproveché y me dirigí al frigorífico con los músculos de la espalda tensionados, sentía sus miradas, eran inteligentes y hostigosas como el infierno, no descansarían hasta exprimirme—. ¿Estabas buscando a alguien?

Esmeralda soltó una risotada, saqué un jugo y tomé directo del cartón, tenía la esperanza de que eso distraería a mi madre, me regañaría, y el tema de conversación se volvería menos peligroso.

Por alguna razón sentía que estaba en medio de una emboscada, y lo confirmé cuando Hilda no musitó reclamo alguno, aunque seguramente se estaba retorciendo en su interior.

—Sí, Sam, ¿por qué no nos dices a quién estabas buscando? —preguntó Esme con picardía—. ¿Seguro que no la dejaste envuelta en tus sábanas?

—No sé de qué hablan, par de arpías —respondí. Guardé el jugo en el refrigerador y las encaré.

Ahí estaban, mis hermanas ya estaban desayunando, sentadas en la pequeña mesa redonda. Mi madre estaba cortando fresas en silencio, pero había una leve sonrisita en sus labios.

—Se fue muy temprano a casa de sus padres, dijo que le ayudaría a su madre a preparar la cena. —Chío frunció los labios con diversión, al menos ya sabía por qué Becca no estaba cerca.

Me crucé de brazos y fruncí el entrecejo, iba a aparentar que no tenía idea, a pesar de que lucía patético, era más que obvio que se habían dado cuenta, ¿y cómo no? Si yo no podía quitarle los ojos de encima si nos encontrábamos en la misma habitación.

Cayendo por Rebecca © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora