Capítulo 34

147K 17K 4.8K
                                    

* * *


La rutina me dejó sin aliento, mi vida nunca había sido tan monótona, estaba asustada por lo débil que me sentía. Los siguientes cinco días no hice más que permanecer encerrada en mi habitación como si en el exterior me esperara una bestia furiosa, me consideraba una persona temeraria, en esos momentos era la más cobarde.

Me quedaba en mi refugio escuchando sus movimientos: el agua cayendo en la ducha, sus pasos dirigiéndose a la cocina, la puerta del refrigerador y el portazo que rebotaba en las paredes de mi conciencia cada vez que se marchaba.

El lugar quedaba vacío todas las mañanas a eso de las ocho, asomaba mi cabeza antes de abandonar la alcoba para comprobar que no estuviera cerca. En completa soledad, con el silencio zumbando en mis oídos, preparé los desayunos más tristes de mi existencia. Era inevitable no recordar y convertirme en masoquista, las imágenes de él esperando unos panqueques me nublaba la visión, entonces parpadeaba fuerte para espantar las lágrimas que se alojaban en mis ojos. No quería llorar, se suponía que era fuerte.

¿Qué estaba haciendo? Me sentía ridícula y fuera de lugar. No nos dirigimos la palabra después de esa discusión, seguía furiosa, decepcionada y triste. Muy triste. Ni siquiera intentaba entablar una conversación o preguntar sobre el clima, me cansé de esperar que llegara tocando la puerta o que simplemente la tumbara.

No, Sam jamás haría eso, y yo estaba muy agotada como para pedírselo.

Hablé unas cuantas veces con mi madre, evité dar una respuesta cada vez que preguntó si regresaría a Ciudad Victoria, fui tan evasiva que notó que algo sucedía; pero tampoco se lo dije, creí que si me encerraba en mí nadie notaría cuánto me estaba doliendo. No sabía qué estaba haciendo, sabía que debía tomar una decisión pues alargar la agonía me hería. Me encontraba en una ciudad desconocida, sola, ya nada tenía que hacer ahí, solo que... Me dolía la idea de dejar a Samuel.

Entonces, una esperanza renació entre mis cenizas cuando sonó el timbre del teléfono ese mediodía y no porque me alegrara escuchar la voz de la persona al otro lado, más bien por lo que dijo:

—¿Está Samuel? —preguntó Jessica usando ese tonito que me crispaba los nervios, o quizá mi desagrado se debía a que se trataba de ella. Ácido subió por mi garganta al escucharla, saber que le hablaba más que a mí me hizo soltar el aire que estaba conteniendo en mis pulmones. Me sentí en desventaja, estaba en desventaba, yo no tenía el sueño de Samuel en mis manos.

—No —respondí seca, tragando saliva para no echarme a llorar, apretando el aparato tan fuerte que mis dedos dolieron.

—Si hablas con él por favor dile que llegue puntual a la comida en el Restaurante Bernan's hoy a las cuatro. —Se quedó callada durante unos cortos segundos que me parecieron interminables, luego se aclaró la garganta y prosiguió—: Supongo que estás contenta...

Mi ceño se tensó, ella siguió hablando, pero dejé de prestarle atención porque estaba demasiado ocupada revolcándome en la rabia.

Sí, exudaba felicidad, brincaba en praderas capturando mariposas. Estúpida. Apreté los dientes sin importar que mi mandíbula punzara, no podía creer que fuera tan descarada y se regodeara. ¿De qué me sorprendía? Así había sido desde siempre.

—Hoy firmará el ascenso y todo habrá terminado al fin... —Alcancé a escuchar. Salí de la nube de pensamientos, abrí la boca para responder, ninguna palabra salió, sin embargo. Jessica terminó la llamada dejándome en silencio.

Miré un punto fijo en la pared, aferrando el teléfono como si fuera mi ancla, los engranajes en mi mente se movían a toda velocidad.

Tenía que tomar una decisión: quedarme y arreglar la situación o marcharme. No había matices en esta ocasión, era blanco o negro. 

Cayendo por Rebecca © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora