Capítulo 35

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CADENAS Y LIBERTAD

* * *

El viaje a Ciudad Victoria duró poco más de diez horas, las cuales se convirtieron en una tortura, estar sola no era lo que necesitaba para sentirme mejor.

Había unos cuantos asientos vacíos alrededor, junto a mí no iba nadie, así que pude estirar las piernas sentándome de lado. Se hizo de noche, la luz desapareció y, pronto, todo el autobús se quedó en silencio, aplané mis labios y mordí el interior de mis mejillas, no quería perder la cabeza, me obligué a mantener la cordura respirando profundo y tragando saliva.

Recargué la sien en el cabecero de mi asiento, como no había nada que hacer y mi sueño estaba perdido en algún lugar de la carretera, miré un punto fijo de la ventana de enfrente a pesar de que no se distinguía nada del exterior.

Odiaba viajar en autobús porque me mareaba y terminaba sucumbiendo al vómito. No podía dormir, pero estaba tan perdida en mis pensamientos que los malestares pasaron a segundo plano.

Samuel no había hecho absolutamente nada por detenerme, más que entristecida estaba asombrada, ¿qué otra prueba necesitaba para entender que él también lo prefería de ese modo?

Dejó que me marchara, ni siquiera se acercó, no intentó hablar, no me siguió. Se quedó quieto, anclado en el suelo de su departamento, viéndome partir. No había querido que se acercara, pues así hubiera dicho algo no habría cambiado mi decisión, sin embargo, dolía la decepción, me calaba hondo que no se hubiera atrevido a apostar por nosotros.

Nunca le pedí que eligiera, eso era lo más doloroso porque al final terminó haciéndolo, y no me tomó en cuenta. Era duro enfrentar lo que tanto había estado evitando: no significaba demasiado para el hombre que amaba.

Cuando llegué a la capital y lo vi esperándome en la central de autobuses, cuando me aproximé y se me quedó mirando con los ojos brillosos y los labios entreabiertos, cuando me hizo el amor por primera vez, cuando probó lo que cociné para él... No esperé que se volvería trascendental para mí.

Amaba a Sam como nunca había amado en la vida, como nunca imaginé que se podía amar, como probablemente nunca más amaría; lo amaba tanto que había hecho a un lado mis propios intereses. No importaba lo mucho que detestara su comportamiento, no deseaba arruinar su carrera, no deseaba inmiscuirme en sus asuntos, no deseaba apartarlo de la vida que había elegido, aunque yo no formara parte de sus planes.

Quería ponerme excusas y odiarlo, no obstante, no era capaz porque la culpa también había sido mía. Yo sabía que éramos opuestos, que nuestras edades no concordaban, que nuestros gustos no congeniaban, que sus pensamientos eran diferentes a los míos y que nuestras ideas de éxito no se parecían en absoluto.

La culpa también fue mía ya que permití que lo nuestro llegara demasiado lejos.

En ese autobús, mientras miraba el vacío y aguantaba las lágrimas, me prometí muchas cosas: juré que de mi boca no saldría ni una sola palabra que pudiera arruinar la amistad de los Huerta y de los Campos, no hablaría con mi familia ni con la suya sobre el tema, haría cualquier cosa por salir adelante, aunque eso significara olvidar mis recuerdos más preciados.

Yo no daba segundas oportunidades, ni siquiera si se trataba de Samuel Campos.

Todo el camino esperé que llamara pues una vez que bajara del autobús no me volvería a subir. Y no lo hizo, entendí su silencio. No podía asegurar lo que estaba sintiendo, pero sin duda no sentía la necesidad de hablar conmigo.

Cayendo por Rebecca © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora