Capítulo 31

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MIEDO Y FRÍO

* * *

En alguna parte leí que, si el amor no duele, entonces no es amor.

Recuerdo que yo pensé que era algo absurdo, ¿si era amor por qué dolería? Pero en ese momento de mi vida, cuando no había pronunciado en voz alta los sentimientos que sentía por Sam pues era cobarde como para admitir frente a él que lo amaba, me di cuenta de que aquella frase era cierta. El amor dolía, ¡vaya que lo hacía! Me estaba doliendo hasta los huesos, hasta el alma, amarlo no era fácil y, quizá, habría dado cualquier cosa por regresar el tiempo y frenarme.

Aquel comportamiento en el cine fue solo el comienzo, habría soportado miles de situaciones parecidas, sin embargo, cada vez se volvía más insoportable.

Los primeros meses fueron fáciles, de vez en cuando iba a reuniones, pero seguíamos pasando tiempo juntos, me encargué de que se sintiera tranquilo, aunque la inseguridad perturbaba mi mente. Me preguntaba qué estaría haciendo, qué tanto estaría dispuesto a aceptar para conseguir ese maldito empleo.

Me di cuenta de que éramos muy diferentes, intentaba ser empática, no obstante, yo jamás habría seguido el juego de un ex para obtener mi sueño. Me di cuenta de que no me gustaba su música y que no tenía que acostumbrarme, ¿por qué él no se acostumbraba a escuchar la mía? Bajaba el volumen cada vez que íbamos en el auto, un día él dejó de encender el estéreo y eso... Joder, tal vez sonará ridículo, muy en el fondo me retorcí porque no preguntó ni le interesó si yo quería escuchar otra cosa. Era su música o nada.

Eso podía traducirlo con demasiada facilidad, yo entregaba y él no, a pesar de que yo jamás pronuncié en voz alta lo que sentía.

El tercer mes nos vimos menos pues yo pasaba más tiempo en el instituto, la planeación del examen final me tenía de los nervios o tal vez no quería llegar al departamento y encontrarlo en penumbras, en lugar de practicar ahí lo hacía en la escuela, de esa manera podía ir con alguien para que me asesorara si las cosas no resultaban.

Salía a eso de las ocho y lo último que quería hacer era charlar, me refugiaba en la habitación y me quedaba dormida. Aunque debo admitir que en gran parte se debía a su actitud, lo notaba serio, distante.

Una vez llegó a casa en la madrugada, siempre que pasaba eso se acurrucaba a mi lado y me abrazaba, esa noche no, se acostó del otro lado de la cama y se durmió. No le dije nada, tampoco me moví. Los malos pensamientos no tardaron en invadirme, pero me dije que estaba cansado, lo repetí muchas veces en mi mente para creérmelo.

Ya no me avisaba con tiempo que iría a algún evento, solo me llamaba por teléfono horas antes diciendo que llegaría tarde, que no lo esperara si planeaba hacerlo. Estábamos pasando una mala racha, quise creer.

No era así, nos enfriábamos.

El estrés estaba haciendo que fallara en las clases, que perdiera enfoque, que no me concentrara. Un día estábamos haciendo un pastel, al sacarlo del horno no me di cuenta de que seguía crudo, cuando el chef Chávez lo probó se puso rojo de la rabia y lo escupió en el bote de basura. Solo entonces me percaté, salí de mi mundo y me morí de la vergüenza.

Era un maldito desastre, nunca me había pasado algo semejante, ni siquiera cuando era principiante.

—¿Qué significa esto? ¿Crudo? ¿Un pastel tan simple? No me equivoqué al pensar que no estás hecha para esto, no sé qué haces aquí, Huerta, pero si viniste a jugar a la comidita será mejor que regreses por donde viniste.

Tuve que esconderme en el baño hasta recuperar la compostura, no podía seguir así, me estaba comportando como alguien distinta a lo que era. No me gustaba esa versión de mí, me decepcionaba. Apoyé la frente en la puerta del cubículo y suspiré, aguantando el llanto.

Cayendo por Rebecca © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora