Capítulo 40

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* * *

No se escuchaba absolutamente nada más que un que otro ronquido, el cuarto estaba en penumbras y yo desnuda bajo las sábanas. Me di la vuelta para acostarme de lado y me quedé mirando la nada. Había seguido los consejos de Nena, llevaba meses recluida en mi casa, solo saliendo para ultimar los preparativos de la cafetería, saliendo a citas a base de engaños... Estaba cansada.

Quería que todo fuera como antes, aferrarme a la antigua Becca ya que sabía que era fuerte y mandaba a la mierda lo que no le servía, pero me equivoqué porque ya no era esa chica, había cambiado, entre esa versión y la nueva se extendía un precipicio abismal. No me agradaba sentirme incompleta porque yo no necesitaba a nadie para ser feliz.

Una flecha me perforó el pecho al aterrizar en la realidad, los remordimientos se envolvieron a mi alrededor e hicieron que me sentara. Con tristeza miré el cuerpo masculino a mi lado, me dieron ganas de tomar mis cosas y largarme, pero ¿a dónde podía huir? No podía seguir escapando.

No me sentía mal por haber tenido sexo, lo que me pareció terrible fue que se trataba de Esteban. Yo sabía que él no quería solo relaciones sexuales ocasionales, pero él no tenía idea de que yo seguía amando a otra persona.

La claridad me golpeó, el problema no era el sexo porque yo no le debía explicaciones a nadie, era una mujer soltera y Sam no se había puesto en contacto conmigo desde hacía meses, no podía llorarle y lamentarme toda vida si él ya se había olvidado de mí y había continuado con la suya; el problema era que lastimaría a Esteban.

No me moví, las horas pasaron y yo me quedé perdida en mi mundo, esperando que amaneciera.

De pronto, recordé las llamadas, me debatí entre quedarme quieta e ir a buscarlo entre mi ropa, no quería moverme porque lo que menos me apetecía era que él despertara, todavía no sabía qué iba a decirle.

Me decanté por ponerme de pie, envolver mi desnudez con la sábana y arrastrar los pies hasta llegar al tumulto de ropa, una vez que obtuve el aparato, desbloqueé la pantalla y me encontré con un listado de llamadas y mensajes.

No tuve tiempo de leer los mensajes, iba a llamar cuando entró otra llamada, me tardé en responder. Tragué saliva para aliviar el nudo que me apretaba la garganta.

—Becca, al fin contestas. —Escuchar su voz fue doloroso. No dije nada, tomé respiraciones profundas y esperé que continuara porque no podía hablar—. Mi madre me dijo que estás en la ciudad.

—Sí —susurré.

Aferré la tela y cerré los párpados porque no quería ver que estaba desnuda en un cuarto de hotel, no sabía cómo sentirme. Había dolor dentro de mi pecho, un pozo negro que amenazaba con consumirme; pero la emoción más fuerte era la rabia. Estaba enojada conmigo misma por haber usado a Esteban para saciar mi tristeza, estaba frustrada porque no sabía cómo decirle que entre los dos no iba a ocurrir nada más que lo de esa noche y que prefería no verlo de nuevo.

Estaba molesta porque Samuel no había contestado mis llamadas hacía una semana, y estaba ardiendo en la rabia porque justo se le ocurría llamar en el momento menos oportuno. Esperé tantos meses que el identificador arrojara su número, ¿por qué justo ahora? ¿Por qué justo cuando no quería escucharlo?

Se aclaró la garganta para romper el incómodo silencio.

—Tal vez podríamos vernos para charlar, ¿no te gustaría? Creo que hay muchas cosas que no nos dijimos.

—No hace falta hablar cuando nuestros actos hablan por nosotros.

—¿Eso qué significa? —preguntó.

Cayendo por Rebecca © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora