Epílogo

189K 14.5K 4.3K
                                    

¡Feliz San Valentín!

* * *

Nos estamos enrollando en la cocina, junto a la alacena, nos escondemos de los demás como si fuéramos dos adolescentes incapaces de controlar sus hormonas. Lo cierto es que no somos adolescentes, pero no podemos controlarlo. Esto me trae viejos recuerdos.

Sam muerde mi labio inferior y lo estira, su lengua baila con la mía siguiendo un ritmo caliente que me pone los pelos de punta. Me cuelgo de su cuello, mi barriga choca con su torso y me mantiene un poco alejada, sin embargo, eso no nos impide estar cerca.

Sus manos bajan por mi espalda y llegan a mi trasero, doy un brinco por la sorpresa cuando lo aprieta y me pega a su erección.

Rompo el beso ya que no puedo que se me escape una risita. Su respiración cálida y pesada se estampa en mi cara.

—Contrólate, nuestros padres están en la sala. —Le doy un golpe juguetón en el hombro—. No puedes hacer eso si no puedo arrastrarte a la cama, ¿de acuerdo?

Se relame los labios regordetes, rojos por mis besos, se me antoja empujarlo para continuar con la sesión y olvidarme del mundo en sus brazos. El embarazo me provoca mucha hambre, y uno de mis postres favoritos se llama Samuel Campos, siempre quiero más.

—Gitana, tú me asaltaste —susurra y suelta un gemido de frustración—. Te aprovechaste de mi bondad.

Y sí, vine a la cocina por los bocadillos y él me siguió, quiso inmiscuirse en mis asuntos, se veía muy lindo y adorable con el entrecejo fruncido, así que le robé un beso que no pudimos parar.

Ay, pobrecito —suelto y hago un puchero antes de separarme de su cuerpo.

Le doy la espalda y voy por las charolas, hice pequeños pastelillos y empanadas de jamón y queso, de atún y de carne.

—Deja eso, lo llevo yo —dice al tiempo que se acerca, decidido a arrebatarme la charola llena de botanas.

Lo esquivo y me libro de él por un segundo, doy pasos cortos y creo que me alejo lo suficiente, pero Sam no tiene una barriga, y la mía no me deja ver dónde estoy pisando, así que me termina alcanzando y sí, me la quita.

—Eres necia, mujer —suelta y bufa—. Trabajaste todo el día, tienes que descansar un poco.

Hago una mueca de disgusto y contengo las ganas de volcar los ojos. ¿Yo soy la necia? ¡Él tiene la culpa! ¡No me deja sola ni un instante!

Esta mañana me levanté muy temprano para cocinar, a pesar de que mi madre me aseguró que ella traería la cena. Gracias al cielo pues, debo admitir, que sí estoy muy cansada. Nuestras familias vinieron para celebrar Nochebuena en nuestro departamento recién estrenado, me emociona que estén aquí, lo que no me alegra es que Sam se haya metido en mis planes. ¡Solo voy a cargar un plato! ¡No es un maldito elefante!

Estuvo junto a mí todo el día, respirándome en el cuello e interrumpiendo todo lo que estaba haciendo. ¿Es que las mujeres embarazadas no pueden cocinar en paz? Al parecer no, él tenía esta loca idea de que me lastimaría y quería supervisar, estar ahí por si necesitaba ayuda.

Ha adoptado ese aire sobreprotector que me está volviendo loca, y no de una manera agradable, me dan ganas de sacudirlo para que reaccione y deje de actuar como un padre. Otras veces sucede todo lo contrario, me da ternura y me dan ganas de besarlo, justo como hace unos minutos. No comprendo los cambios de humor, siento que soy una bomba que explota y luego lanza amor.

Alza la charola con una sola mano y, con la otra, me da el paso como si fuera un caballero galante. Niego con la cabeza, resignada, y vuelvo a caminar para salir de la cocina.

Cayendo por Rebecca © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora