Capítulo 20

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Empujó una vez más y eso fue todo lo que necesitó para que explotara en un millón de fragmentos que me supieron a gloria. Eché la cabeza hacia atrás y solté un gemido, apreté su cabello inconscientemente. Joder, Sam sabía moverse como el infierno, sus caderas se bamboleaban de forma deliciosa contra las mías, rozaba mis paredes sensibles mandando descargas a todo mi sistema. Era un hombre serio, responsable, parecía que no mataba ni a una mosca; pero, en cuanto perdía el control, se transformaba. El cambio era fascinante.

Sus labios se refugiaron en mi cuello, dejó besos y lengüetazos en mi piel erizada, estaba demasiado húmeda, el orgasmo todavía seguía recorriendo mis terminaciones nerviosas como relámpagos en una tarde lluviosa.

Salió de mi interior ocasionándome un escalofrío, no me soltó, solo se quitó el preservativo usado y le hizo un nudo para luego arrojarlo a la basura. Estaba esperando que hiciera cualquier tontería para arruinar lo que habíamos hecho, que dijera alguna cosa que estropeara el momento pues era muy dado a hacerlo; en cambio, rodeó mi cintura con fuerza, me pegó más a su pecho y me alzó, solté un sonido de sorpresa.

—¡¿Qué haces?! —pregunté alarmada. Envolví su cadera con mis muslos y me aferré a sus hombros, parecía un koala aferrado al bambú. Él se giró conmigo en brazos, caminó hacia el exterior de la cocina dando zancadas largas. Estábamos desnudos, estoy segura de que la escena era cómica. Un tanto divertida, dejé escapar una risotada—. Tenemos que desayunar.

—Al diablo el desayuno. —Se introdujo en la sala y tomó asiento en un sofá, dejándome a mí ahorcajadas sobre él—. Vamos a hacerlo en cada uno de los lugares de mi departamento.

—Pero me voy a cansar —dije haciendo un puchero.

—Tenemos todo el fin de semana.

Quise reírme, él estaba actuando como un niño con nuevo juguete, al mismo tiempo lucía encantador con ese brillo en sus ojos y ese tinte de peligro que no me dejaba más opción que rendirme a sus deseos; más que encantada lo hice, esa actitud suya me estaba derritiendo. Su pecho subió y bajó, era amplio y lucía acogedor, no pude evitar apoyar mis palmas en sus pectorales, tenté sus botones de color de la leche con chocolate, y friccioné nuestras pelvis buscando un poco de alivio, el deseo volvió a crecer en mi bola de nervios, necesitaba más.

Tenía una capa de sudor que me moría por lamer, me acerqué a la base de su oreja izquierda y lamí la zona sin dejar de bambolearme en su regazo. Sam apretaba con sus dedos la piel de mis caderas, quería que me dejara marcas, que me dejara tatuadas sus palmas.

—Mujer, me estás enloqueciendo —susurró con voz ahogada. «Mujer», me gustaba que pensara en mí de esa forma y no como una niñata vestida de negro como antes. Si soy sincera, miles de veces intenté seducir a Samuel en el pasado, usaba faldas cortas cuando sabía que iría a casa de mis padres, me aseguraba de cruzar las piernas, de pasearme delante de él; pero nunca me miró más de la cuenta. Me gustaba que me viera como una mujer y no como la hija de los amigos de sus padres, me gustaba que me deseara, que me tocara, que se volviera loco por mí—. Qué rico te mueves.

Cayendo por Rebecca © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora