Capítulo 37

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LLAMADAS  Y DESPEDIDAS

* * *

Estaba segura de que mamá había hablado con Hilda después de mi regreso a Ciudad Victoria. Las dos tenían la costumbre de salir por las mañanas a desayunar, a veces se turnaban y se quedaban en nuestra residencia, pero por lo regular iban a la casa de los Campos. Hilda y Fede parecían siamesas, hacían todo juntas.

No me pareció raro que saliera con su amiga, pero mi madre no sabía actuar, a pesar de que lo intentaba. Me ponía de los nervios que se me quedara mirando como si necesitara una explicación, como si le debiera algo, o quizá era mi paranoia, aunque lo dudaba porque la conocía como a mi propia palma.

No había día que no se me acercara con sigilo e intentara indagar haciendo comentarios misteriosos como: «¿Sam no te dijo si vendría pronto?», «No puedo creer que no salieras con nadie allá», «Siento que me estás ocultando algo». Era como escuchar sus súplicas para que le contara, cosa que no iba a pasar así me encadenaran a una silla y me torturaran.

Un mes después de mi llegada a la ciudad, la familia de Samuel fue a cenar a la casa, no los había visto ni una sola vez hasta ese día, no podía evitarlos toda la vida, ¿o sí? Tarde o temprano tendría que enfrentarlos, ya era una niña grande, además, los amaba y lo que menos quería era distanciarme. Sabía que mi madre ya había conversado con Hilda en más de una ocasión, por su actitud era más que obvio que mamá estaba enterada de lo que hubo entre Sam y yo, no podía esconderlo y, si me lo preguntaban directamente, no podría negarlo.

La cena fue planeada por las dos para interrogarme, sí, me enteré tarde, lo comprendí hasta que estuve sentada en medio de siete pares de ojos, los cuales contemplaban mis movimientos. Nunca imaginé que el encuentro entre nuestras familias terminaría de esa manera, de haber sabido nunca hubiera ido a la Ciudad de México y habría evitado cualquier contacto con él.

Empezó de lo más normal, Esmeralda, Chío y yo nos quedamos en un rincón escuchando la conversación de nuestras madres. Cuando noté que empezaban a mirarme más de lo normal, me largué, me refugié en los brazos de papá, ahí estaba el señor Campos y Julio.

Al pasar a la mesa pude percibir más la incomodidad, mi madre estaba sentada en frente a mí, no paraba de enviarme miradas por debajo de sus pestañas ni de cuchichear con Hilda, quien hacía exactamente lo mismo. Chío y Esmeralda no habían pronunciado palabra desde que llegaron, algo extraño ya que no había poder humano que las controlara, así que me tensé. Mi espalda se puso recta y dura como un tronco. Julio también actuaba de manera extraña, y he de decir que noté la irritabilidad del señor Campos.

Nos quedábamos callados durante grandes intervalos de tiempo, eso no pasaba, no cuando las dos familias estaban encerradas en un mismo lugar. Todos en esa mesa sabían que entre Samuel y yo había pasado algo, y querían que les dijera qué hacía ahí y no con él.

Aplané los labios y agaché la cabeza, clavé la vista en la montañita de arroz con guisantes. ¿En qué momento pensé que no eran capaces de torturarme? Estaba en una silla siendo estudiada por casi todos, excepto por mi padre, quien se terminó dando cuenta de lo que estaba sucediendo e intentó focalizar la atención en otra cosa, pero no funcionó.

—¿Y cómo van con los preparativos de la pastelería? —preguntó Hilda. No tuve más remedio que enfocarla, ella sonreía como siempre, quise aferrarme a eso, pero también sabía que corría el riesgo de perderla.

—Bien... —Me obligué a regresar el gesto amistoso, mi voz era rasposa y mi ánimo no era el mejor, lo único que quería hacer era esconderme, no tener que enfrentar sola la situación—. Por el momento estoy analizando qué se va a comprar, busco mobiliario, los productos. También estoy afinando mis ideas porque se me ocurren muchas cosas y luego no sé qué hacer.

Cayendo por Rebecca © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora