Capítulo 24

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—Técnicamente la obligué a decírmelo —susurró con miedo de que la chica se molestara.

—Yo también lo sabía. ¿Cómo lo tomó el otro chico?

—Kilian, no lo sé, sus horarios cambiaron y ya no nos vemos.

— ¿Los tuyos también, no?

—Sí, ahora recibo entrenamiento en la mañana y pronto saldré en compañía de Johnson.

—Serás una buena mediadora —Grecia sonrió viendo como la chica intentaba simpatizar.

—Serás una buena mediadora —Grecia sonrió viendo como la chica intentaba simpatizar

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—Quiero ese informe en media hora pajarito.

—No me gusta que me llames así, déjalo —respondió apoyando el grueso informe contra el pecho del hombre.

—Como sea. Mañana vendrá un embajador muy importante, compórtate —dijo Lubin sosteniéndola de la cintura. Catira se soltó con brusquedad.

—Si no fuera por... ya me hubiera marchado.

—Y no te marcharás —amenazó.

Lubin entró a su despacho. Soltó el papel con fuerza y sacudió su cabello con brusquedad. La lluvia fuera y los truenos daban la impresión de fuegos artificiales en el cielo, pero él no veía eso. En su mente se desenvolvían una serie de planes para cuando el exterminio fuera completado.

Prendió un cigarrillo y dejó que las sustancias relajantes le devolvieran la calma. Fuera de su puerta estaba colgado un cartel con el mensaje de no cigarros, solo que eso tampoco le importaba. Después de tantos años tendría el poder que siempre soñó.

Se acomodó en su sillón y vio fijamente sus manos. Se horrorizó al verlas llenas de sangre. Comenzó a temblar y a sudar frio.

Sabía que debía mantenerse alejado de los nósdicos, ellos solo traían enfermedad y muerte. Pero tendría que aguantarlos durante más tiempo para poder llevar a cabo sus planes, mismos en los que ellos no se encontraban incluidos.

— ¿Está sucediendo de nuevo? —la suave voz de su pajarito emergió desde la puerta. Con cuidado asomó su cabeza para explorar la situación, temía que de nuevo le arrojara algo a la cara.

— ¡Vete Catira!, ¡Vete!, ¡He dicho que te vayas! —y se levantó con rapidez para tomarla por los hombros y sacarla con brusquedad del despacho—. ¡Tú también estás enferma!, ¡Vete!

La mujer le obedeció y lo dejó solo. Su cuerpo no paraba.

De una gaveta pequeña sacó un frasco de pastillas con sus manos que se movían de inquietas. Tomó seis pastillas y se las bebió en compañía de un trago de wiski. Se encogió cerca de un sillón y se terminó la botella, pero sus manos seguían viéndose manchadas de una sangre espesa.

Consideró las mentiras de su psiquiatra, él no estaba enfermo. Que se pudrieran ellos y sus trastornos inservibles, él no era un enfermo mental, sonrió recordando al último que le había dicho que padecía uno. Las periodistas se asustaron al tratar de informar el momento en que encontraron lo que quedaba del cuerpo.

Cielos OscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora