La llegada

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- ¡Sigues dormido! - gritó su padre tan pronto abrir la puerta de la habitación y ver a su hijo todavía en la cama, rodeado de un aire denso, cálido y lleno de pereza, el mismo ambiente cada mañana desde hace 16 años.

Poco había cambiado; seguían siendo la habitación más ordenada que jamás vio, con libros hasta debajo de la cama, CD's físicos y dibujos tirados por todos lados. Eso sí, a contraste con el lío que era el dueño, que seguía siendo incapaz de poner en hora la alarma.

- ¡Padre, quiere matarme! - saltando de un golpe de su cama, cayendo al piso, haciendo que su padre ahogara una risa ante tal acto. Buscando a tientas salir de las sábana en las que se había liado.

- No. Pero sí no te apresuras no llegas al Insti... - abriendo las cortinas, sacando el atuendo elegido del armario de su hijo y dejándoselo en la silla de su escritorio.

Miró a su padre, su móvil y lo entendió - Madre mía, es tarde - entrando en el cuarto de baño, pero saliendo rápidamente para darle un abrazo a su padre -, buenos días -Su padre salió riendo de la habitación de su hijo. Era divertido ver que no dejaba esa alegría incluso en los momentos de mayor presión.

Se sacó rápido el pijama azul y entró en la ducha. Cuando salió se miró al espejo empañando; su cabello rebelde color caoba que caía por su frente y hacia sombra a los ojos verde intenso, era un calvario para peinarlo; no era rizado del todo que se le hacían algunos remolinos por todos lados y no hablar de cuando se le esponjaba; su piel era clara, ni tan pálida y tan blanca, rosada por estar bajo el sol durante la última semana.

Se puso con prisa la ropa que una noche antes había elegido: chinos de color azul marino con una camiseta blanca y un suéter ligero jaspeado de manga raglán en tonos grises y marrones y zapatillas DC blancas. Pudo parecer un maniquí de escaparate...de haberse levantado temprano y arreglarse como Dios mandaba. Salió corriendo con una crepe de queso mascarpone y guindas en la boca, el desayuno que su padre le había preparado; la chaqueta colgando de un brazo y la mochila del otro. Su padre sólo se reía del desorden que era su hijo.

- Venga. Que no llegas - poniendo en marcha el auto.

Su hijo respiró hondo -. No sabía lo ruidosa que es Callao... - abrochando su cinturón -, a penas y pude dormir unas horas - repasando sus ojos, teniendo un micro infarto al creer que había olvidado sus cascos.

- Lo harás. Ya verás... - dándole un termo con té de menta y otras dos crepes para que desayunara bien. El hombre ya había tenido suficiente con ver a su mujer darle dos sorbos al café y dejar el desayuno sin tocar. No quería que su hijo se acostumbrara a eso.

- Gracias... - mirando por la ventana. Con un bocado ya en la boca.

Madrid se había convertido en un sueño hecho realidad, por lo que cuando escuchó que vendría porque su madre había conseguido un mejor empleo, no se contuvo de volverse loco. Aunque durante la última semana, no paró de llorar junto con sus amigos de toda la vida; con ellos habían compartido ese sueño y sólo él se iba. "Iré buscando piso, para cuando os acepten..." Prometió Puro a sus amigos. "Que va ser temporal, prometimos ser amigos para siempre..." Fue inevitable soltar una lágrima por ese recuerdo.

- Venga. Arrea - El chico bajó rápido - ¡Te veo aquí cuando acaben las clases! - le gritó su padre antes de verlo entrar a su nuevo Insti, corriendo de nuevo. Sólo esperaba que todo fuera bien.

"Vamos, sí llego" se animaba mientras revisaba de nuevo la hoja que le habían dado con su horario, mirando a todos lados, buscando el aula de la segunda clase. Había perdido tiempo al haber dado una vuelta equivocada. "Disculpa... No importa" viendo pasar a otros chicos que estaban llegando a sus aulas, que suerte ellos. Cuando estuvo a nada de darse por vencido oyó algo que lo hizo sonreír y sentir alivio:

Te voy a enamorar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora