Cruce de caminos

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Puro llegó al campo de fútbol. Luego de dejar a sus amigos en sus aulas, no quería aburrirse y le habían dicho dónde encontrar a quién buscaba: con sus manos metidas en los bolsillos de su cazadora, mirando al chico que desde temprano tenía una pelota entre los pies, como toda la vida lo había visto; vestido de un uniforme de algún equipo, como el de ahora que era el del equipo de fútbol del colegio que no pido evitar embozar una enorme sonrisa.

- Apuesto dos duros que sigues dejando pasar el balón entre tus piernas.

Esa apuesta Jordi la había oído miles de veces en el pueblo, en los juegos que hacían en mitad de la plaza y por la misma persona que ahora lo veía emocionado, la que siempre ganaba y lo había orillado a no ser jamás portero.

- Puro... ¡Purito! - corriendo a abrazar a quién tenía el mismo tono de cabello. Claro que Jordi lo peinaba en cresta.

- Jordi... - sintiéndose tranquilo en su brazos. Sí le había echado tanto de menos que sus ojos se llenaron de lágrimas.

- ¡Pero mírate, has crecido! - mirándolo de reojo.

- Y tú has envejecido - limpiando sus lágrimas.

- Triste pero cierto. - deshaciendo su cabello - ¿Cuándo habéis llegado?

- Hace unas dos semanas.

- Mis tíos no nos dijeron nada.

- Lo sé. Todo ha sido precipitado desde entonces y bueno, madre...ya ni te cuento.

- Tienes que contarme todo... - acercándolo a un banco -, ¿cómo está Bruno?

- No. Tú lo que quieres saber es por Ana... - respondió picarón, avergonzando a su primo.

- Bueno. Pues sí - soltando una risa, recordando levemente esos días.

Se había ido a Sevilla para iniciar la universidad. Bruno, su hermano, se había quedado con sus padres para irse a Madrid con Puro, le contaba.

- ¿Tienes descanso? - preguntó su primo a Puro.

- Se supone que tengo una específica pero...ya no había sitio en Religión... Así qué están viendo qué queda libre.

- Ya. ¿Entonces te has adaptado ya?

- Sí - sonriendo -, todos son muy amables aquí. Bueno. Con los que me he topado hasta ahora.

- Me tranquiliza oírlo. Oye y ¿por qué no pides que sea educación física?

- Esa es obligatoria, listillo.

- De todas formas, puedes pedirlo y así te convenzo de que entres al equipo. Nos hace falta alguien como tú...

- Pues no suena mal. Veré si puedo hacerlo.

- Bueno.

- Debo irme. Pero... ¿Vienes luego a casa, no? - tomando su carpeta y abrazando de nuevo a su primo.

- Claro. Tienes que contarme todo lo que pasó mientras yo no estuve.

- Vale.

Puro entró en el instituto distraído, oyendo su música, directo a su taquilla para ver cuál era su siguiente clase, por fortuna el día había acabado ya.

"¿Cuántas vueltas he de dar para llegar " cantaba mentalmente abrazando su carpeta "a esos ojos que me invitan a soñar..." se perdía fácil en su música.

¿Qué podía tener de especial? Fer se detuvo a responder esa pregunta, recargado en una pared, con los brazos cruzados; en un descanso de alguna clase libre. No había oído qué profesor había faltado pero decidió saber de una vez por todas qué era eso que tenía para consumir sus pensamientos. Claro, estaba hecho un pincel con sus pantalones pitillo negro, botas altas sin abrochar, camisa a cuadros rojo quemado, una cazadora de cuero negro y una bufanda guinda, eso ni cómo negarlo... No era muy alto. Sus ojos eran verdes, pero no eran nada especiales, ni tan claros y tan profundos. Esos labios...bueno, delgados, pálidos, casi perdidos en una línea larga que llenaban casi todo su rostro. Un castaño  cualquiera...cualquiera.

Te voy a enamorar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora