Antes de empezar

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Los tórtolos estaban tumbados en el sofá del salón de la casa de Fer mirando una peli. Este, revolvía el cabello de Puro haciendo remolinos a mechones sueltos y el castaño, seguía repasando algunos detalles en su mente sobre su futuro viaje y algo parecía que faltaba.

- Oye... No hemos hablado sobre algo...

- ¿El que, amor? - acercándolo más a él.

- Que... ¿Me has llamado amor? - rectificó Puro un poco emocionado.

- Sí - sin más.

En ese momento, la puerta del piso se abría, eran sus padres que habían vuelto de hacer la compra juntos.  Por un momento, sólo por un instante, Fer pensó en pasar el resto de su vida junto a Puro, envejeciendo juntos, siendo felices por los restos.

- Fernando, no te esperábamos tan temprano... - dijo su madre dejando las bolsas.

- Lo sé pero es que... He invitado a... alguien - señalando a Puro, que estaba a su lado, tratando de quedar quiero lo más tranquilo posible. No creyó conocer a sus padres, ni siquiera sabía sí estaba bien vestido para la ocasión.

Ambos adultos miraron curiosos al chico que estaba a un lado de su hijo con el cabello castaño alborotado, algo palidón chapeado y bajito y así, poco a poco se emocionaron:

- ¡Puro! - gritó su madre  acercándose al castaño -, deja que te mire bien... - acercándolo emocionada a ella, en un abrazo.

- Buenas - fue lo único que dijo Puro.

- ¡Pero mira esas mejillas! - frotándolas con sus dedos. 

- Deja que vea a mi yerno - dijo don Alfredo sintiendo los hombros de Puro -, excelente. Muy bien, tal vez algo bajito - bromeó -, Fer no deja de hablar de ti - invitando a todos a sentarse en el salón.

- Nos ha hablado que cocinas... - confesó su madre.

Se quedaron hablando por un largo tiempo, entre risas y anécdotas de su relación, estaban tan emocionados de ver al chico que había conseguido que su hijo sentara cabeza y pensara en el futuro que no dejaban de avergonzarlo contando viejos anécdotas de cuando era niño, claro que la mayoría ya las sabía Puro de primera voz de su novio.

- Te quedas a comer desde luego - afirmó su madre -, que hoy haré un estofado de rechupete - entrando en la cocina con su esposo.

Fer sonrió al ver a sus padres alejarse. Había sido el único que había notado el manojo de nervios que era Puro.

- ¿Estás bien? - buscándole la mirada que sentía su frente.

- Sí - recuperando aire -, sí. Es sólo que... Creí estar listo para esto pero...

- Calma. Lo has hecho bastante bien - dándole un beso -, has visto que les has agradado.

- Sí - recibiendo un abrazo fuerte.

- ¿Os podemos ayudar a poner la mesa? - se asomó Puro a la cocina, oliendo el exquisito estofado, que, según su madre, era el favorito de Fer.

- Claro. Ahí están los manteles, las servilletas, la loza y los cubiertos. Fer - dijo bajito -, la loza.

Ya sentados, Puro había quedado entre su seguro y su novio, frente a doña Lourdes. 

- Fer nos ha dicho que fuiste tú quién le sugirió aplicar a esa escuela.

- Yo... no podría adjudicarme eso...

- Venga - exclamó don Alfredo dándole una palmada en la espada -, modestias a parte - su suegro era un poco basto con su forma de ser - Por cierto - tomando un poco de vino -, ¿sabéis ya cómo vais a vivir en París?  - sugirió el padre de Nando - ambos chicos se miraron -, me refiero a que... Sí vais a compartir el piso que le pienso pagar a mi hijo... - mirando a Puro.

- ¡Por supuesto! - respondió Fer emocionado tomando la mano de su novio quién le sonrió de vuelta.

- Bien. Puro - tomando otro poco de estofado -, sí necesitas enviar algo me lo haces saber...

- Gracias.

- Por cierto. ¿Vais a dormir juntos o en camas separadas?

Todos se echaron a reír al ver que el rostro de Puro se volvía en un poema ante tal pregunta.

- Bueno. Creo que eso lo discutiremos más tarde - dijo Fer.

No era que no hayas en dormido juntos antes, pero eso, a admitirlo delante de sus padres era harina de otro costal.

- Bueno. Pero como me entere de que te ha hecho algo sin tu consentimiento...

- ¡Alfredo! - exclamó su mujer.

Cuando la cena terminó, Puro se había ofrecido a ayudar a limpiar, así que don Alfredo aprovechó para hablar con su hijo.

- Estoy muy orgulloso de ti. Sé que lo harás bien.

- Gracias.

- Y con respecto a Puro - viendo charlar con su esposa -, cuídalo. No todos los días encuentras a alguien que saque lo mejor de ti. 

- Lo sé.

- Puro - llamó la madre de Fer -, te quedas a dormir. Que ya no son horas para andar en la calle.

Puro miró a su novio.

- Pues sí a vosotros no os importa... Encantado.

- Que sí, que sí. Y casi practicando eso de dormir juntos - siguió don Alfredo.

- ¡Ya estamos de nuevo con esas! ¡Papá, que me lo pones todo rojito!

Sus padres se despidieron y dejaron que los chicos se organizaran.

- ¿Te apetece dormir?

- ¿Juntos? - preguntó Puro riendo.

- Claro solelo. Haz oído a mi papá. Habrá que ir practicando - acercando a su novio abrazando su cadera y besándolo.

Se acostaron pero no se durmieron. No podían. Estaba entre ellos una carta que les recordaba nuevos días que estaban por llegar. El abrazo de Fer olía a ansiedad combinada con un poco de aloe vera. Era placentero ese insomnio, las últimas caricias en esa ciudad que ahora estaba dormida.

- ¿En qué piensas? - le preguntó a  Fer, lo había pillado mirando por la ventana, la noche azul se diluía en el blanco de las nubes que brillaban por ocultar a la luna.

- Siempre me ha costado saber lo que siento pero... Frente a ti me desvelo entero, salen las palabras y te llevo hasta en la piel.

Puro sonrió mirando el perfil de su novio.

- Te seguirá a dónde fuera - besando la cabeza de Puro. Sin asombro de duda.

- ¿Sabes que esto es de verdad? - preguntó Puro un tanto nervioso.

- ¡Claro!

- Quiero que sepas que yo fui hecho para ti. Incluso antes de empezar.

- ¿Sólo queda querernos, no? - rió Fer. Ahora sabía de que hablaba.

- Sí pero... quiero decirte algo. Para qué luego no digas que no te lo advertí.

Fer le miró serio.

- Soy un lío - confesó algo inquieto Puro.

- Eso lo sé... - rió.

- Tengo mis manías y tengo un mundo al revés, siempre voy contando mis pasos...

Puro esperó que su novio dijera algo. Tardó un tiempo. Quería ver a Puro así. Totalmente expuesto, tanto que lo abrazó y le dijo bajito:

- Seguiría esos pasos pasos para no perderme más.

Te voy a enamorar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora