Epílogo (1ª parte)

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9 años después...

No fue hasta que te tuve entre mis brazos. De pronto todo cobró sentido, mi vida se iluminó como jamás lo había hecho. Tuve la suerte de amar incondicionalmente a una mujer, y cuando la perdí, tú me enseñaste que ni la muerte puede separarnos de aquellos a los que amamos. Te quiero. Te amo. Lo supe en cuanto te tuve entre mis manos, supe que a partir de aquel momento dedicaría mi vida entera a amarte, a cuidarte y a protegerte. Supe que sólo quería verte feliz, ayudarte a seguir adelante, guiar tus pasos, amarte, hacer desaparecer todas tus penas

Un pequeño tirón en mi pelo hizo que apartase la vista del libro. Puse el marcapáginas y dejé el libro sobre la mesa de la cafetería en la que estaba; volví a acariciar una vez más las letras en relieve en la que se leía el nombre "Rosamund".

- Perdón cielo, ¿qué quieres? -cada vez que miraba aquellos ojos claros se me enternecía más el alma-. Papá vendrá ahora, tranquila -y como si nos hubiese oído, el mejor padre que podía haber en el mundo apareció, con dos cafés en cada mano y un conejo de peluche bajo el brazo-. Mira quién ha venido, ¿quieres ir con papá?

- Claro que quiere ir con papá -dejó los cafés en la mesa y cogió a su hija, a la persona que más amaba en el mundo-. ¿Qué tal está mi ángel?

- Es un encanto, como su padre.

- No, encantadora era su madre, su padre se limita a amar incondicionalmente a su hija.

- Lo haces bien, muy bien. Eres un gran padre Raúl.

- Lo intento, es mi deber, amarla y respetarla hasta el fin de mis días. Incondicionalmente.

No, aquella niña que tenía en brazos mi mejor amigo no era el bebé que estaban esperando él y Rose hacía años. Rose decidió tener a su bebé, decidió arriesgarse y ser madre a los dieciocho años, pero jamás llegó a serlo. Iría por el cuarto mes de gestación cuando sufrió un aborto espontáneo. Los médicos dijeron que padecía de preeclampsia, y el que sufriera de hipertensión, al igual que su madre y su abuela, había sido un factor importante.

Tras aquello, Rose y Raúl decidieron posponer sus planes de irse a Italia, pero ello no impidió que se siguiesen amando como siempre lo habían hecho. En cuanto tuvieron la edad requerida, se casaron, y fue la boda más enternecedora y hermosa en la que jamás había estado; bueno, después de la mía, claro está.

Pero eran jóvenes, y estaban locos por el uno por el otro y por la idea de vivir apasionadamente. Pocos años después de casarse y haberse ido a vivir juntos a un pequeño apartamento que pudieron permitirse gracias a que, por suerte, ambos consiguieron trabajo tras acabar los estudios, Rose volvió a quedarse embarazada; tenían veinticuatro años.

Sabían el riesgo que corrían, y Raúl le suplicó que abortase, porque sabía que incluso con el tratamiento, la preeclampsia era difícil de tratar, y que no era solo el bebé, ella también corría riesgo si seguía adelante. Pero Rose seguía siendo Rose, y volvió a decidir que seguiría adelante.

Ocho meses después, un lluvioso cuatro de abril, a las dos de la madrugada, nació una preciosa niña de ojos claros a la que su padre le puso el nombre de Rosamund. Y a las tres y cuarto de la madrugada, su madre, Rose, falleció a causa de un colapso de los riñones, que provocó un colapso total de sus órganos; los médicos no pudieron hacer nada, ni tan siquiera pudieron lograr que ella sufriera lo mínimo posible.

Al ver a mi mejor amigo con su hija entre sus brazos, notaba que jamás amaría a nadie como amaba a su hija, y notaba que jamás volvería a amar como amó a Rose, y tampoco se perdonaría nunca el haberla dejado embarazada, por mucho que amase a su hija; siempre sentiría que fue culpa suya.

Te amaré, eternamenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora