Capítulo 14: Mamá

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— ¿Estás seguro de esto? -le pregunté mirando por la ventanilla del coche. 

— Sí, quiero hacerlo. Tengo que hacerlo -me contestó. 

— ¿Cuándo viniste aquí por última vez? 

— El día del entierro. Después nunca vine; nunca fui capaz. 

— Estoy contigo, ¿vale? Lo haremos juntos.

— Vale -asintió.

Salimos del coche y nos dirigimos a las escaleras. Le di la mano y entrelacé mis dedos con los suyos; estaba helado. Cruzamos la gran puerta y comenzamos a caminar sobre el suelo de gravilla. 

— Es esa -dijo. 

Subimos un pequeño peldaño y seguimos hacia delante hasta detenernos delante de la tumba. 

Mary Katherine Wilson 
(1964 -  2006 )
Amada esposa y madre. 

— ¿Puedo preguntarte algo?

— Claro -respondió. 

— ¿Cómo te sientes respecto a mi nombre? 

— Al principio, no muy bien -se encogió de hombros-. Me sentía muy receloso sobre conocer a alguien con quien tendría que pasar mucho tiempo y que se llamaba como mi madre. Y cuando te conocí fue peor -soltó una carcajada. 

— ¿Por la blusa? -inquirí. 

— Sí, por la blusa -asintió-. Conocí a una chica llamada Katherine y que encima llevaba puesto una blusa exacta a la que tenía mi madre. Después te conocí, y descubrí que no eran solo el nombre y la ropa, te parecías a ella mucho más de lo que me podría haber imaginado. 

— ¿Cómo? 

— Siempre dices que tu padre es la mejor persona que has conocido jamás, y yo siento lo mismo respecto a mi madre. Y cuando te conocí, resultó que había otra persona en el mundo que era tan buena como ella. Buena, dulce, bella -rodeó mi nuca con su mano-, no puedes ni imaginarte lo afortunado que me siento de tenerte a mi lado. 

— Sí que puedo imaginármelo. Siento lo mismo respecto a ti -agarró su mano, la que reposaba en mi nuca, y le di un beso en los nudillos. 

Volvió a mirar hacia la tumba, sin decir nada. No sabía qué hacer, no me esperaba que Daniel me fuese a pedir que fuésemos al cementerio. Claro que tampoco me esperaba que aquella fuese la primera vez que volvía desde que tenía diez años. Y no sabiendo qué decir, me limité a cogerle de la mano.

— No sé qué se supone que tengo que hacer. ¿Qu-qué le sueles decir a tu padre? -inquirió sintiéndose algo incómodo y extraño por la situación. 

— Cualquier cosa, desde que le echo de menos hasta que me he comido un helado de chocolate. No importa lo que le digas, solo importa hacerle saber que ahí estás, que le quieres y que lo harás. Aunque te aseguro, que ya lo sabe. 

— Ya -respiró hondo y tamborilleó los dedos de su mano izquierda sobre su pierna-. Hola mamá -me miró y asentí, animándolo a que siguiera-. Yo... bueno -cambió el peso de su cuerpo de una pierna a otra, como hacía cuando se sentía inseguro-. No sé qué decirte, quiero decirte muchas cosas, pero no puedo, porque quiero decírtelas a la cara -me apretó la manoy me fijé en que estaba cerrando los ojos con fuerza, para intentar retener las traviesas lágrimas que luchaban por salir-. Te presento a Katy -esbozó una minúscula sonrisa mirándome de reojo-, ¿sabes que estamos prometidos? -solté una risotada, y él me acompañó con otra-, es algo reciente, de hace una hora o menos. A costado lo suyo, pero al final ha dicho que "vale". 

>> Te echo de menos mamá. Sé que tendría que haber venido antes, pero no podía; estaba intentando mantener la promesa que te hice. Intento mantenerme fuerte, pero hay días en los que simplemente no entiendo por qué ya no estás conmigo -soltó un sollozo que me partió el corazón-. Hay días en los que necesito a mi madre, te necesito, y nadie puede ocupar tu lugar; jamás podrán hacerlo. Eres mi madre y te necesito a mi lado.

Y ese fue el momento en el que explotó. 

Comenzó a llorar y a llorar, sin parar, y de un momento a otro empezó a costarle respirar. Lo abracé con fuerza. Hacía años, a los pocos días de que falleciese mi padre, sufrí un ataque de histeria, y mi madre me abrazó con fuerza, con una fuerza descomunal. Me dijo que si alguna vez veía que alguien sufría un ataque de histeria, tenía que abrazarlo con fuerza, porque la presión a lo largo del cuerpo haría que su ritmo cardíaco disminuyese, hasta que se volviese a tranquilar. 

— Suéltame -gruñó forzejeando.

— No, la presión hará que tus pulsaciones vuelvan a estabilizarse -dije mientras intentaba mantener mis brazos firmes en torno a su torso, pero era difícil por su fuerza y su altura-. Tienes que parar, empezarás a sentirte mejor, pero tienes que parar de moverte. 

Poco a poco, comenzó a detenerse, y su respiración volvió a estabilizarse, hasta que lo único que se oía era un leve sollozo. 

— Gracias -murmuró. 

— Te dije que estaría contigo, siempre, y pasase lo que pasase -volví a abrazarlo, pero esta vez, normal, solo por abrazarlo. 

— Te amo -me rodeó los brazos y me dio un beso en el pelo. 

— ¿Sabes? Puede que tengáis razón. 

— ¿Respecto a?

— Puede que sí que deba estudiar medicina. 

— Serías un médico estupendo -respiró e inspiró, profundamente-. Quiero irme. 

— Vale, pues nos vamos. ¿Quieres que conduzca yo?

— Ni loco -rió y me guiñó un ojo. 


Te amaré, eternamenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora