La diosa de ébano

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No sabía de qué forma comenzar, la hoja seguía luciendo un blanco puro frente a él, quieta, serena, virgen. ¿A dónde se van las palabras cuando se necesitan? Bukowski dijo una vez que, para ser un buen escritor, debes hacer muchos poemas de amor, buenos poemas de amor; que la armonía de la prosa sea capaz de provocar escalofríos en el cuello de una mujer. Pero él no lo sabía, no; provocar pequeños temblores en la piel femenina era lo más difícil que intentó en la vida, él se preocupaba más por la ornamentación de un escrito que por el mero hecho de escribir, a la mujer que dormía en su cama, lo que nunca se atrevía a decir.

Observó entonces la ventana, el brillo de la mañana rozando los extensos helechos colgantes, las manos grasosas impresas en el cristal, los delgados barrotes blancos y las nubes allá en el fondo pintoresco del cielo matutino. Desde el tercer piso el mundo se ve muy distinto, es inspirador, puedes forjar decenas de historias sin privarte de contemplar el infinito, pues, al fin y al cabo, lo inmensurable es lo que se mantiene en la cabeza de quién escribe, mientras escribe; un interminable mapa de detalles donde las palabras nunca son suficientes para transmitir ese horizonte.

Él no lo sabía, se mantenía inmóvil en la silla, la hoja seguía pulcra y la hermosa joven de piel de ébano dio un profundo suspiro mientras se giraba entre sueños. Sus hinchados labios que incitaban la mordida del hombre ardiente esbozaron una pequeña sonrisa, diminuta que bien pudo pasar desapercibida para cualquiera, pero no para él, no para quien ama las escasas sonrisas de su diosa.

¡Joder! Sí que deseaba escribirle algo bueno, un lindo poema de amor, mujeres como ella merecen los mejores... el problema es que un buen poema solo es escrito por un buen autor, los demás: se dejan llevar por los sentimientos o por el afán. Y él estaba harto de ambas, la amaba y deseaba sentir el escalofrío de su largo cuello.

¿Por qué no tenía el don de los grandes? como Mario Benedetti, Luis Borges, Efraín Huerta, Pablo Neruda o Francisco Bernárdez, hombres que empezaban escribiendo así: "Un amor bien nacido de ese mar de sus ojos" o "La besé tantas veces bajo el cielo infinito" y "Estar enamorado, amigos, es encontrar el nombre justo de la vida". Mil palabras bonitas para mujeres más bonitas aún.

Pero sucede que él nunca ha sido bueno en poesía, mucho menos de la romántica, y ninguno de sus escritos ha aparecido en recopilatorios de poemas de amor hispanoamericanas, sucede que él se sienta en la silla, observa por la ventana el infinito, se deleita de la desnudez de su diosa de ébano, pone los dedos sobre el teclado y piensa, y pensando recuerda y recordando se le retuerce el estómago por nunca poder transmitir lo que realmente quiere decir... ¡Ja,ja! eso no es de escritores, por eso nunca se ha sentido como tal, sin embargo, pese a ello, él sigue lanzando palabras en la pulcritud de la hoja, manchándola de letras a ver si al menos acierta en describir la belleza de su amante.

A veces duda si realmente está enamorado, si vale la pena escribir, si es correcto tener musa, si acaso ella lo es, a veces sospecha que escribir no es lo suyo. Pero luego la hermosa chica de piel oscura y dulce como el chocolate, se levanta de la cama, sin un atisbo de pudor, camina hacia él luciendo sus largas piernas, tan largas que se obliga a mirarlas dos veces para no perderse de ningún detalle, sus pies descalzos no producen ruido alguno, como en un sueño la diosa lo abraza y pone cerca de su rostro un par de senos capaces de desafiar la gravedad, y cualquier otra ley científica que evidentemente no plantearon al verla desnuda. De sus labios carnosos se escapan las palabras "te amo", después sentándose sobre él, sus caderas empiezan a desearle los buenos días.

Entonces el joven se olvida del infinito horizonte, se olvida de las palabras adornadas, del sol que se pasea por la habitación, de los buenos escritores, se olvida del afán y de los recuerdos infructíferos. Él ahora sabe que nada de esa mierda importa, que la vida tiene sentido siempre y cuando la puedas disfrutar, y que él es feliz lanzando palabras y sintiendo entre las manos el cuerpo de su diosa de ébano retorciéndose de placer.

Después de todo de eso se trata la vida, de sentir, de sentir todo lo que puedas antes de que te asole el frío eterno.


Deslizándome hacia la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora