Subiendo las escaleras a toda prisa, ella puso la mano derecha sobre su rostro húmedo y con la otra palpaba la baranda, conocía la dirección que debía seguir, era igual en los tres pisos del edificio: sube ocho escalones gira a la derecha, ocho escalones más e izquierda; ella lo sabía por tanto no requería la vista, sus pies descalzos cubiertos de arena le bastaban, ciertamente cada grano era fastidioso, semejante a caminar sobre lija, irritaba su piel en cada paso, pero en ese momento una estúpida irritación era lo que menos le importaba.
—¡Espera Lillian! —dijo un jóven que iba subiendo a la misma prisa que ella pero a veinte pasos por detrás.
Por el borde de las mejillas de la chica iban cayendo lágrimas y entre la respiración agitada de la carrera, resaltaron sollozos y lamentos camuflados.
—Lillian por favor...
Sus delgadas manos temblaban cuando fue a introducir la llave en el cerrojo, su rostro: una máscara de lágrimas junto a todos los gestos y arrugas que la acompañan. Abrió la puerta dejando el espacio suficiente para entrar pero cuando fue a cerrar, el jóven que la seguía se interpuso con todo su cuerpo.
Ella soltó un gemido de rabia o tristeza, se dio la vuelta intentando esquivar la mirada del hombre y corrió hacia el balcón del apartamento.
Él contempló su huida, su cabello ondeando con su pasos y el viento que entraba por el abierto balcón, sus pies dejando diminutos granos de arena por el suelo, y el vestido de flores doradas que adornaban ese maravilloso cuerpo de mujer. Y sintió odio, odio a sí mismo por haberla hecho llorar, ahora debía solucionarlo.
La encontró sentada en el suelo, aferrada a los barrotes de concreto del balcón, su rostro apuntaba hacia aquel paisaje infinito, el mar de las Antillas, aguas turquesas que se fundían con un cielo despejado, arena pisoteada por cientos de turistas, viento fresco que secaba lágrimas pero no el dolor que las causaba.
—Lillian, te amo, debes creerlo...
—¡No! Tu no amas nada, lo dijiste allá abajo.
«¡mierda! ¿Ahora como me hago entender?» se dijo, mientras se agachaba para sentarse al otro extremo del balcón.
—Si realmente no amas nada ¿Que parte de la traición quieres negar? —preguntó con amargura en un fino hilo de voz.
Esa pregunta fue un puñal, por una parte sintió rabia pues no consideraba tal cosa como una traición, fueron simples palabras que salieron de su boca, por otro lado... ¿Enserio lo iba a negar?
—Lillian déjame explicarte...
—¿Explicarme? Ya quedó bastante claro allá abajo, a todos tus amigos y amigas les quedó claro que no amas nada... —las siguientes palabras fueron ininteligibles pues se mezclaron con sollozos y gimoteos.
Pieter esperó a que se calmara para hablar.
—Lillian no es que no ame nada...
—¡No amas nada! —interrumpió ella— si realmente no amas nada ¿Sobre qué futuro construimos ilusiones?
Otro puñal, este se clavó aún más hondo en su corazón, uno negro y podrido para él mismo.
—¡Te amo! —gritó él— antes de ti no había nada ¿Acaso alguien adora el vacío? Al único ser que amo eres tu, me importa una mierda el mundo o todo lo que haya alrededor de tí o de mí, todas las cosas no significan nada para mí, por lo tanto no las quiero.
Ella volteó a mirarlo aún con lágrimas en los ojos.
—Te amo porque después de ti tampoco hay nada, solo vacío y oscuridad, soledad y duelo sin fin —Pieter se acercó a ella arrastrándose por el suelo—. Verás, nada tiene sentido, la vida misma es una compleja aglomeración de situaciones absurdas, tramas que no llevan a ningún lado. A dónde sea que mire solo hay vacío, excepto cuando te miro a los ojos Lillian.
—¿Entonces por qué dices que no amas nada? —preguntó ella sin tomar la mano que Pieter le ofrecía— si realmente no amas nada ¿cómo pudiste estar ahí cuando te necesité? podías solo irte para siempre.
Él agachó la mirada, vio el ángulo de las piernas canela de Lillian, pinceladas por el inclemente sol de la playa, eran robustas, alimentadas por largas caminatas diarias.
—Cuando dije que no amaba nada —dijo tras vacilar unos segundos—, hablaba de ellos, de mi trabajo, de esta playa y este hotel... Pero sobre todo, hablaba de mí. No puedo amarme a mi mismo, me doy demasiado asco para eso... Leí en algún lugar que si no te amas a ti mismo, difícilmente puedes amar a alguien más.
Los ojos cafes de Lillian se volvieron a llenar de lágrimas, un brillo que rápidamente fue adquiriendo más intensidad, su labio inferior se achicó y comenzó a temblar.
Pieter supo que le había hecho un agujero a su vestido, justo en el pecho y con fierra al rojo vivo.
—Yo no lo creo Lillian, esto que siento hacia ti es demasiado grande como para que un escritor frustrado o un poeta incapaz de sentir lo que escribe, me diga que si no me amo, no puedo amar a alguien. Te amo pues tú eres todo el sentido de la vida. El resto del mundo y yo, somos vacío y no puedo amar al vacío.
Ella se limpió una lágrima que descendía lentamente por su mejilla con el dorso de la mano. Sus grandes ojos estaban fijos en los de él, los ojos de Pieter eran dos puntos negros, fríos y sin vida, excepto cuando se fijaban en los de ella, en ese momento Lillian le transmitía toda la energía necesaria para vivir.
—Espléndidamente sangré toda mi vida —continuó Pieter—, si estás dispuesta a continuar, aún sabiendo esto, te amaré como ninguno, pues todo lo que hago es para tí. Pero si decides creerle a quien inventó esa frase... Entonces, dame un beso y adiós. ¿Qué decides?
If you really love nothing – Interpol
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Deslizándome hacia la locura
PoetryEscritos, frases, pensamientos, relatos e intentos patéticos de poemas sin ninguna conexión entre si, no importa donde comiences a leer, cada parte se resume en anécdotas, fantasías y metáforas de un hombre que lentamente se desliza hacia la locura.