Aunque no parezca, lo intentó

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Erase una vez un caracol de ojos largos y delgados, él lo veía todo por encima de la arena, vastos metros de llanura hasta que la niebla rasgaba el horizonte.

Su único sueño era deshacerse del pesado caparazón y caer anestesiado en la ondulada superficie del mar, bucear desnudo y gritar hasta que la sal le mordiera los tentáculos bucales.

Pero la arena era como pequeños trozos de cristal, laceraban su ancho pie e impedían el avance continuo. Él iba rápido, con todas sus fuerzas, se desprendía de lo que antes había sido una copa de vino, o lo sería más tarde. Embriagado por el salobre aroma y los gritos de las gaviotas.

¡Mira el mar! ¡Mira el mar, pequeño caracol! —decían— Está a sólo cuatro metros. ¡Puedes hacerlo! Lánzate. Deshazte de ese corazón apretujado en carbonato de calcio, deja ese gran peso en la orilla, nada un poco, grita, llora, ríe, haz el amor bajo el agua y no vuelvas a la superficie hasta que la luna te sonría, como una vez lo hizo.

Tras él, un rastro hecho de esencia de diamantes, brillaba como las lágrimas que se niegan a correr por las mejillas.

Y la arena comenzó a ser más despiadada, y las nubes se abrieron paso deslumbradas. El sol receloso brilló ferozmente y el cielo ardiente rugió. Y el mundo: una cadena de plomo que arrastraba con los tobillos.

Pero el caracol pegajoso continuó su carrera hasta el fin del mundo, esperando que una ola espumosa lo llevara de vuelta al reino de los moluscos, donde no existe arriba y abajo., Donde todo el espacio es transitable y nadie lee esto como “yo y tu”. Donde la sensibilidad permite abrazos sin caparazón.

Entonces el sol dobló el brillo, la esencia diamantina se tostó, los labios se secaron y la sed apareció en forma de una esponja en la lengua. Los cansados tentáculos oculares se elevaron por encima del calor ondulante y vieron que allí, en el fondo, lo amarillo daba paso al azul.

El pequeño caracol sonrió y cayó exhausto junto a los fragmentos del brindis. La huella roja de sus labios seguía manchando el borde; ¿o lo harían después?

El calor insoportable calcinó su vida.

El océano, siempre caracterizado por su bondad, envió su mejor ola, para ayudar al pequeño ser que sobresalía de la cáscara agrietada. Inmediatamente asistió a la escena de esta pegajosa historia del caracol, la ola llamada Aysha, lo arrulló con sus brazos maternales y lo llevó al universo azul.

Pero el caracol, incapaz de arrancarse el apretado corazón de la pesada concha, se hundió hasta el fondo pidiendo aire para respirar.

Deslizándome hacia la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora