Ella y él

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El murmullo de los árboles.

El trinar de las aves en su nido.

El frío viento traído del éste, en un largo viaje entre los pinos y las cumbres.

Él la veía a ella.

Ella lo veía a él.

Ella resaltaba sobre el telón verdusco.

Él extrajo un papel.

—Te recitaré un poema —dijo él.

Ella puso cara de confusión, esperaba que le entregara la hoja.

—No. Los poemas se deben recitar —dijo él—. Son iguales a una canción, tú no escribes una canción para luego entregársela. Tú la escribes para cantarla... Los poemas y las canciones no pueden entrar por la vista, ellas solo encuentran camino por el oído.

Ella sonrió.

Se ve muy hermosa cuando sonríe, pensó él.

Él recitó.

Ella se había ruborizado y pidió el papel en donde la noche anterior él escribió el poema.

Que estúpida, no entendió nada, pensó él mientras le entregaba la hoja.

Ella se inclinó para leer, bajo la camisa, la mitad de dos pechitos fueron acariciados por el ambiente.

Él solo quería romper aquella blusa, dejar la derma expuesta a la tempestad desde la clavícula al ombligo.

Él anhelaba dibujar, estampar sobre una hoja arrugada el efecto que tiene un poema sobre los menudos pechos de una mujer.

Ya que su belleza mitigaba su inteligencia.

Mil poemas perdidos, inorgánicos, muertos.

Un dibujo lo entiende cualquiera.

Porque cualquiera puede ver, mas no cualquiera puede oír.

Deslizándome hacia la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora