Ojos como perlas, sonrisa ajena

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Si tan solo pudiera decirle lo hermosa que me parece, quizás podría liberarme de este peso que llevo sobre mis estrechos hombros, oír su voz dirigiéndose hacia mí, tener por cinco segundos su atención... Si tan solo pudiera...

Ignoro si fue la primera o la segunda vez que la vi, quizá no sea ninguna, digamos que es el más antiguo... El recuerdo más antiguo que tengo sobre ella es verla caminar por la calle, era una tarde de Octubre, de eso estoy seguro; a lo lejos ella era una silueta borrosa, una figura de mujer bajita y de caderas anchas, a medida que se acercaba, se iba aclarando los detalles, como una pantalla que lentamente se va llenando de color y nitidez, su cabello corto, incluso dos dedos por encima de los hombros, no sustrajo ni una gota de belleza, supe en ese momento que me encontraría con una resplandeciente perla del mar.

Escenas como la anterior descrita se repitieron, no una sino varias veces, decenas, y en cada una, la sensación de levitar tal si hubiese calado un porro de marihuana iba in crescendo; después de todo, es lo que te impregna la belleza de una mujer. Ella luego no solo pasaba por mi lado dejando tras de sí ese aroma a miel fascinante, me veía fijamente al pasar, ojazos relucientes y negros como el cielo nocturno, pestañas grandes, oscuras y naturales. Ojos que enamorarían a cualquier hombre o bestia de este mundo.

Yo la contemplaba y mientras lo hacía, una bola extraña tomaba forma en mi garganta, junto con su pareja en el esófago, obligándome a desviar la vista, a mirar el piso, a sentir las mejillas ardientes, a ver mis manos temblorosas y sentirme el más patético de los retrasados patéticos.

La piel de esta muchacha es blanca, muy clara y limpia, su nariz es tan pequeña y respingada que provoca tocarla con un dedo, cejas ligeramente alzadas; su boca es menuda y sus labios tan rosados como gruesos, incitando a un beso fugaz. Manos pequeñas con dedos terminados en punta, uñas apenas largas pero tersas como conchas, todo en ella me parece inocente, puro, bello cual manantial que brota de la pared de una montaña andina. Sin embargo tengo mis partes favoritas: sus ojos y su sonrisa.

Nunca se ha dado la oportunidad para hablarle, desconozco su nombre, su edad, su apellido o dónde vive, no sé absolutamente nada de su vida, de sus gustos. ¿En que ocupará su tiempo? también lo ignoro.

Tampoco ella ocupa un gran porcentaje en mis pensamientos, aunque se adueña de mi atención al momento de mirarme con esas perlas brillantes, al detener sus grandes pupilas negras en alguien como yo y sonreír como lo hace. Luego de eso, ella sigue siendo la absoluta dueña de mis reflexiones por horas.
Ahora, en los últimos meses, en su recorrido no se encuentra sola, camina tomada de la mano con otro joven, más alto y fuerte que ella, de gesto serio y cara de pocos amigos.

¿Hacen linda pareja? no lo sé. Conmigo en definitiva no, de eso además estoy seguro.

Pensé que la mirada y la sonrisa a la que estaba acostumbrado iba a cambiar, o de plano dejaría de existir, pero cada vez que compartimos la acera de la calle, aun cuando ella tiene su pequeña mano aferrada a la de él, me mira, detiene su vista en mi por los mismos segundos de siempre, y me sonríe con esa sonrisa de niña consentida que tanto me ha fascinado.

Y Solo puedo pensar en que es hermosa...

Aunque me entristece en el fondo saber que esos ojos de perlas y esa sonrisa alegre, no me pertenecen, aunque vayan dirigidos hacia mí, me son tan ajenos como la alegría del saber que eres querido, ajenos como ir por la calle de la mano de una mujer, ajenos como los besos que se dan, ajenos como la compañía, como la esperanza, como la belleza... Ajenos, como me es ajeno el amor...

Deslizándome hacia la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora