El descubrimiento miserable

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Delante de mi habían rostros de orgullo. Son aquellos rostros con una fina capa de sudor, ojos que no pestañean y labios que esbozan una sonrisa, aunque pequeña, sincera como ninguna otra. Eran docentes orgullosos y padres orgullosos... eran mis padres orgullosos. El público se había puesto de pie y aplaudía fervorosamente la sublime exposición del proyecto científico por el que tanto me desvelé. Obtuvimos la mejor calificación, fue el mejor proyecto de la institución, se podría decir que gracias a ello me gradué con el mejor reconocimiento.

Mis compañeros reían, cantaban, vitoreaban, saltaban de emoción; fueron años de arduo trabajo, de gran dedicación, de mucho dinero y tiempo invertido. Queríamos un buen resultado y al final obtuvimos el mejor. En las mejillas no cabían sonrisas más grandes.

De pie frente al público, veía lágrimas de los más sensibles y oía fuertes aplausos de los más orgullosos... y no sentía nada... levitaba sobre materia oscura del universo... no había nada para mi allí.

A los 15 años descubrí que delinear metas, trabajar arduamente y conseguirlas no tenía ningún valor para mí. Que el dinero, el futuro, el empleo, la felicidad o la tristeza... no significa nada. Que nada tiene sentido.

Desde entonces solo he prolongado el suicidio...

Deslizándome hacia la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora