Messenger

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Tú no estás solo, siempre podrás contar conmigo... Aquí estaré ¿Lo sabes?

Decía el mensaje que se abrió de la burbuja del Messenger; él lo veía curioso y con una retraída sonrisa... Una sonrisa que oculta el grito seco de dolor.

El muchacho giró a su lado y no vio más que vacío, un salón vacío, sillas vacías mal situadas entre pupitres rayados —nombres y corazones, testimonios de amores del pasado— paredes desnudas de pintura añeja y fragmentada, a su lado no había más que eso, un sucio y vulgar vacío que deja un amargo sabor de boca.

Lo sé... Respondió y luego volvió a mirar sobre sus hombros, a la izquierda y a la derecha, en esa sala no había nadie más, solo él. Y el vacío.

Tres mensajes nuevos, el agudo sonido de la notificación irrumpía la silente respiración del aposento.

Muchas personas hablaban con Fabio, sobre todo mujeres, encontraban en él, la sinceridad, la humildad y quizás la madurez que no hallaban en otros. El joven en cambio hacía lo que le parecía imposible: mantener la conversación con una chica más de tres minutos. El arte de la escritura le permitía pensar muy bien cada palabra, cada chiste, cuidaba de siempre transmitir en sus mensajes seguridad, madurez e inteligencia, cosas que fallaban enormemente a la hora de establecer una comunicación oral con una mujer.

«Aquí no escuchan mi tartamudeo, mis frases sin sentido, la ausencia de comedia en mis chistes, aquí puedo ser yo mismo... ¿Enserio lo soy?»

Hablaba con cuatro mujeres y un hombre al mismo tiempo, era increíble lo rápido que debía responder, antes de escribir leía los últimos tres mensajes para recordar el tema y no confundirse con otro, «Vamos, que parezca que todo mi tiempo se lo dedico a ella, que se sienta importante y única...» Aunque al fin y al cabo, cada una de esas chicas, era para Fabio única e importante, eran amigas, confidentes, amantes, conocidas... Extrañas... Personas que jamás había visto y seguro que jamás vería. ¿Cuándo tendría el dinero suficiente para viajar a México, a Perú, Argentina o Colombia? Allí se encontraba la más importante, la que amaba, su motivo...

Maldecía haber dejado que tantos kilogramos de sentimientos se hayan arremolinado en torno a esta chica, «¿Por qué no hice nada? ¿Cómo deje que ella se convirtiera en la más importante de mi vida?» se preguntaba. Ahora dependía de ella, de su saludo, de su risa, de sus palabras y sus regaños, de cada parte de su ser, un ser que le era completamente desconocido. Y no estaba enamorado, el amor entre novios es un sentimiento efímero y corrupto, volátil y tan endeble que se puede resfriar al mínimo cambio de temperatura. Era algo superior a eso, si existe la clase elite del amor, esto era lo que sentía Fabio, no podía describirlo con palabras, porque él mismo no lo entendía, estaba confundido y la propia confusión le causaba gracia. Se sentía feliz, se sentía querido, ya no se sentía tan solo.

Pero luego miraba a su lado y no veía más que vacío, vacío por doquier. Lleno de vacío, como una figurilla de porcelana; temía una caída, temía quebrarse como la arcilla. Temía ser abrazado por ese demonio, podría olfatearlo, lamerlo, roerle la camisa o los cordones de los zapatos pero jamás sería suyo, no mientras siguiera parpadeando la pantalla cada vez que respondían a sus mensajes.

L. N. 9:45am - Hola ¿cómo estás?

G. M. 9:50am - Ayer fue un día duro amigo mío

N. D. 9:48am - Me paso algo súper extraño

S. A. 9:58am - Hace frío, ojalá estuvieras aquí para abrazarme

Ojeó lo mensajes, observó luego todos los que habían debajo de estos. «¿Cómo terminé aquí, en un salón vacío, apartado de todos y a la vez conectado con tantos?»

Se levantó y se acercó a la ventana, afuera el sol de la mañana iluminaba radiante la calle en donde un grupo de jóvenes reían, hablaban y se tocaban, y se abrazaban, sin esperar a que sonara el agudo ruido de la notificación. Era la vida real.

No pudo ver, bajó la mirada, la fijó en el piso, en los viejos zapatos que cubrían sus pies ataviados de hongos, no sentía picazón ahora, pero después, cuando llegara a casa a descansar, sería otra historia... Se preguntó si aquellas chicas que esperaban en su teléfono, a miles de kilómetros de distancia, seguirían con la idea de un abrazo sabiendo sobre el hongo de sus pies, o que tartamudea cuando habla, o que babea cuando duerme, o que no sabe que decir cuando una chica hermosa se le acerca, como ellas, todas hermosas. Sobre todo la que amaba.

Decidió navegar un poco en el perfil de Facebook, ver las fotografías de esta hermosa mujer a la que amaba desde los tuétanos hasta los pelillos de la carne. Cuan hermosa era. Si acaso existe la reencarnación de las distintas venus del griego antiguo, ella era sin duda una. «¿Como una mujer tan linda puede hablar con alguien como yo?» Se preguntó y la respuesta le llegó de inmediato como una bofetada: ¡No habla contigo estúpido! Habla con el chico encantador de los mensajes, ¡contigo no habla nadie!

Mientras Fabio veía las fotos, se acercó un compañero de estudio a la sala vacía, su forma de caminar asemejaba al de cierto vídeo sobre Pie Grande, se desplazaba como si el mundo fuera suyo, el piso, las paredes y todo lo que tocaba era de su propiedad; se sentó pesadamente junto a Fabio y observó la pantalla, contempló la belleza de aquella mujer inmaculada. Fabio no cerró la pestaña, es más, dejó la mejor fotografía al descubierto para que Pie Grande pudiera ver el semejante monumento que conocía, quería hacerlo sentir envidia, él podría hablar con cíen mujeres en la "vida real", pero ella valía por mil.

—¡Usted si tiene fotos de mujeres! —dijo— ¿La conoce?

Fabio asintió orgulloso.

—No, digo de verdad ¿La conoce de verdad o vive en Narnia?

Tragó saliva, bajó la mirada.

—¿De dónde es? —preguntó Pie Grande— ¿Es de aquí, de otra ciudad? ¿Es del país?

Fabio lentamente fue saliendo del perfil de la chica, tenía la mirada gacha, no pronunciaba palabra pero aún en su silencio sentía la lengua tremulante.

—¿De qué país es? No... Mejor, ¿Si quiera es de este mundo?

Escondió la pestaña del Messenger, ocultó la burbuja que indicaba los mensajes nuevos, cerró todo, no quería saber nada, pero entre menos quería, más se acrecentaba un nudo en su garganta, una atadura caliente y tensionada que le impedía...

—Vamos, no mejor dime ¿De qué galaxia es? ¿Es de este universo? —Pie Grande terminó riendo a carcajadas, palmeó el hombro de Fabio y se alejó cuando una chica de baja estatura, de ojos castaños y delgadas cejas se acercó llamándolo con una sonrisa... Una belleza tangible.

El nudo en la garganta había crecido tanto que le ardía la vista, casi podía sentir una tibia lágrima caer de su ojo derecho; pero eso nunca ocurrió, no lloraba desde hacía mucho, tan solo estaba ese nudo que dificultaba el tragar saliva.

Volvió a estar a solas en el salón, acompañado por las fisuras de las paredes y el sonido alegre de las notificaciones. Y el aire que llenaba sus pulmones...

Se sentía tan solo, se sentía tan vacío, se sentía tan endeble. «Ojala alguien estuviera aquí para darme un abrazo, hace mucho frío, tanto frío que me entumece los dedos». El nudo en la garganta continuaba latente, pero no lloró, no quería llorar, no valía la pena, no había nadie que sintiera lástima o asco al verlo derramar lágrimas, no iba a existir un abrazo de consolación, excepto el de la soledad, esa maldita prostituta.

Mientras tanto Messenger seguía recordándole que tenía tres mensajes sin leer.

Deslizándome hacia la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora