La sutileza de la ruptura

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Él es un joven viejo, ha soportado poco más de veinte infiernos, algunos más desoladores que otros. Ella es una joven rota, la existencia se ha encargado de quebrarla en pedazos, intenta miserablemente arreglarlo a base de curitas. Pero algunas heridas son demasiado profundas.

No puedes sanar todo lo que está roto a punta de curitas. No puedes fingir que esperas el futuro con un abrazo de esperanza, cuando los crudos infiernos te han marchitado el alma.

Ella y él se conocieron jóvenes, muy jóvenes para pensar con claridad. Los infiernos deplorables no habían llegado y las heridas abisales aún marcado.

Y se amaron. O se convencieron de ello.

Cuando la vida te trata como basura, terminas convirtiéndote en la bolsa más podrida. Y ellos ya olían bastante mal. Los "te amo" salían de sus labios como agua de las nubes, efímeros, bañándose en cariño, ungieron sus cuerpos. No se preocuparon en descubrir si tal cariño era real o fingido ¿Que importa cuando es lo que necesitas? El paraíso y las curitas. Eso eran el uno para el otro.

¿Acaso puede existir el amor en algo así? la heroína es el mejor remedio para la resaca, pero ¿Es realmente lo que necesitas, lo que quieres?

No importa: funciona...

Ni siquiera el tiempo pudo separarlos, años sin verse, ni tocarse, sin desnudarse, ni confesar sus pecados. El desierto de la distancia no bastó para zanjar el anhelo de un aliento de vida, un aliento que floreciera, que les permitiera resistir el fuego eterno y el dolor de sus tajos.

Y volvieron a hundirse en la desesperación de una respuesta, en el charco de los deseos, vidas mutiladas, engranadas a la perfección como las tuercas de un reloj. El tiempo juntos oscurecía e iluminaba el cielo, arrancaba papeles del almanaque, estiraba sus huesos y maduraba sus mentes. ¡Nada! Nada de ello importó. Juntos: lo que deseaban. Se habían convencido que sí, que no había otra respuesta sino la suya. Y ambos, en la frenética danza del placer mutuo, se hicieron más daño que el que pudo hacerles la vida.

Ni siquiera el cráter de Nagasaki era tan tóxico como ellos dos cerca. Él, un viejo joven que dejó de buscarle un sentido a la vida, un maldito narcisista que se amaba a sí mismo tan fuerte como se odiaba en ocasiones. La mitad del tiempo sopesaba las formas de morir y la otra de como hacerle el amor. Un sobreviviente del infierno, 2017 era su código. Ella, una mujer con el cuerpo de una diosa bajo el uniforme de colegiala, rota por su hermana, machacada por comentarios ponzoñosos que la herían hasta el hueso, una musa que deseaba ser una perra, acostumbrada tanto al maltrato que abría las piernas si la golpeaban por zorra. Una sobreviviente del paraíso, el amor era su código.

Ambos se necesitaban, se complementaban, la toxicidad les inyectaba sangre fresca en sus venas. Juntos podían morir más lentamente que separados. Y se hicieron el amor de mil maneras posibles, pero se amaron de cien. Azotaron sus cuerpos mutilados por mil, y se acariciaron por dos. Lamiéndose las heridas como presas errantes.

Las mentiras repetidas terminan convirtiéndose en verdad, y él de tanto escupir falsedades, y de deleitarse en su desnudez: terminó amándola... amándola de verdad. Ella, por otro lado, su código, tatuado en el corazón, era amor, y aunque intentara convencerse a sí misma y a él, de que era una perra ¡No! Ella amaba, y su amor era la flor más bonita de la tierra.

Y se amaron desangrándose lentamente.

Un amor corrompido es una bomba de tiempo... explotó. Lamentablemente varias veces. Destruyendolos aún más en el proceso.

Ellos no pueden ser amigos, cuando están juntos la lujuria puede más que la amistad. Ellos no pueden ser amantes, la toxicidad les impide respirar. Ellos no pueden ser pareja, el destrozo de sus almas les impide confiar y se apuñalan a si mismo como enemigos de cantina. Ellos no pueden amarse en secreto, porque las heridas se abren y la bomba explota. Aunque juntos se necesitan, ellos no pueden estar juntos. Materia y antimateria.

"Como duele decir adiós... hasta siempre mi diosa de ébano", escribió él en la parte inferior de una hoja. Cinco veces, las cuatro primeras fueron a dar en la papelera. Ella prefirió el silencio, alejarse y esperar la despedida. Quizás haya sido lo mejor.

A veces lo que uno necesita no es lo que realmente necesita, a veces es solo una ilusión, una trampa de la que es imposible salir. La toxicidad dura años en ser arrancada de la tierra. Cuánto más de la voluntad del ser.

Ella lo es todo para él, él para ella. Pero años después, se dieron cuenta que en realidad nunca fue así. Y que es mejor estar separados a seguir lastimándose y lamiendo las heridas.

Aún con todo, se desean lo mejor para el futuro... es decir: jamás volverse a ver.

Deslizándome hacia la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora