El escrito más horrible

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—Todo comenzó con un... espera, no recuerdo cómo fue que comenzó.

—Eso no me extraña Esteban, enserio que no —dijo y llevó a sus labios el vaso con whisky.

El otro rio divertido mientras recorría con su mirada las mesas del bar, la mayoría vacías.

—¿Si quiera sabes porque estás aquí?

—Mmm... supongo que para beber —alzó los hombros.

—¡Estas aquí para que me expliques que mierda pasó con tu adorada musa...! y para emborracharnos, obviamente.

—No lo sé César... —Esteban hablaba sereno, viendo a todos lados excepto a los ojos de su amigo— ¿No te parece suficiente con lo que escribí aquí?

—¡No me aproximes ese papel de nuevo! —se echó hacia atrás.

—¿Por qué?

—Porque está horrible ¿No encontraste otra hoja más desechable para escribir...?

—Es lo primero que conseguí —repuso Esteban, sentado al otro lado de la mesa selló sus labios buscando aprobación mientras sostenía el papel manchado. Había pasado gran parte de la noche escribiendo en eso.

—No, no, no —se apresuró a decir el otro—, ¡a mí no me jodas! un escritor debe tener siempre una libreta de papeles blancos y relucientes listos para ser abatidos por ideas.

—No soy escritor —afirmó cabizbajo.

—¡No! ni lo serás ahora porque perdiste tu musa...

Se hizo el silencio en la mesa, tan solo interrumpido por el melancólico sonido de Rest My Chemistry en los altavoces sobre las columnas y la dulce risa de una prostituta sentada en las piernas del gordo calvo junto a la ventana. El ambiente se sentía pesado pese a haber pocas personas, quizás por la tenue iluminación o por los dedos de humo de cigarrillo retorciéndose sobre sus cabezas, tal vez por la penetrante mezcla de olores cuyos orígenes era mejor ser ignorante.

César hizo una señal a la mesera para que trajera otra ronda y maldijo por lo bajo el aroma a nicotina; era un amante exclusivo de los licores, con el alcohol tenía más que suficiente, no requería prenderles fuego a sus labios.

—Bueno, sigo esperando esa inquietante historia —insistió tomando una posición relajada en la silla.

—No sé por donde quieres que empiece.

—Qué tal si empiezas por el final... —bromeó rascándose la barbilla.

—Ninguna historia comienza por el final César ¿Leíste el escrito? Empieza por donde debe comenzar.

—¡A la mierda esa mierda! Leí el escrito y no movió nada en mí.

—¿Que? —Esteban fijo su perezosa vista por un segundo en los ojos de César, un poco rojos a causa del humo— ¿Por qué?

—¿Ella era tu musa, cierto?

Asintió y desvió la mirada.

—Ahora que la perdiste ¿Enserio crees que vas a seguir escribiendo como antes? Sin la mano que guía el artista se reduce a un niño que raya la pared.

—No soy un artista.

—¡No! pero tenías una musa. El mínimo requisito para convertirse en uno.

En ese momento la prostituta dio una carcajada tan fuerte que todos se giraron, sorprendidos más que curiosos. Esteban fue el único que se mantuvo observando, unos segundos más, como el gordo calvo apretaba los senos de la mujer con sus redondas manos y luego las exponía sobre la blusa.

Deslizándome hacia la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora