Siente mi deseo

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Siente mi deseo, es el deseo de un hombre frustrado cuyo único anhelo es saborear un poco de paz. Guío mi vida entre líneas, entre nudos húmedos y polvorientos restos de hulla y antracita. Su voz calma la adicción, apacigua el dolor y el agridulce sabor del día. En el cristal solo veo un rostro, una cabeza en ausencia de tronco, informe, brillante de grasa asquerosa, un ojo cobrizo que por poco no sangra, aunque por dentro el líquido vital explota, se escapa y desparrama como vómito de borracho, anegando la córnea y los terrenos blancos.

Su voz... morfina, calmante, opio que me duerme, un canto de cuna, voz de sirena, me sosiega e hipnotiza, me atrae y aplaca, aplaca la bestia sin cerebro que excitada carcome, traga y escupe sin parar. ¿Cuándo se dará cuenta que ya ha corroído la barrera de las heces?

Siente mi deseo, el deseo de un hombre frustrado cuyo único anhelo es volver a jugar como niño en la tierra, en el légamo y el agua. No existía la preocupación o el miedo, la hipocresía, la política o el amor; nada tenía forma, después de todo, solo eran palabras sin valor, el significado estaba en el diccionario, había mucho tiempo para buscarlo, demasiado, los días eran largos y las noches más largas aún.

Tú, a ti te hablo amante indeseable, prostituta de mi interior, retén a la presa, métela en una jaula, que se divierta con la pelota y saca al león, el tigre o la pantera, no importa pero saca alguna bestia respetable que se enfrente a todos ellos, a él y a ella. Prepárala, báñala en perfume y vístela de satén, ponle una corona y córtale las uñas, que nadie se entere de la trampa. Elimina antecedentes, elimina aquella voz y aquella risa, que ya no exista, es el renacer, que muera el otoño y venga...

He dejado de contar los inviernos, son demasiados, innumerables inviernos sin nieve, sin lluvia y sin nubes, ausentes de todo color gris; inviernos aterradores, oscuros internamente y pese al calor sofocante en la que se encuentra el suelo como arena del Rebiana, yo estoy entre cobijas, entre nudos húmedos y restos de antracita, pidiendo, implorando a gritos un beso, un último beso y no tiene que ser un gran beso, con uno pequeño en los labios me conformo, rápido si lo deseas, entiendo lo asqueroso que debe ser; pero, por favor, siente mi deseo, es el deseo de un hombre frustrado cuyo único anhelo es un beso que traiga ocho o diez gramos de paz.

La presa jamás ha recibido besos, la bestia en cambio...

Nada importa al final, nada tiene valor, insípido es el gusto de las mañanas, amargo el de las tardes, nauseabunda el de las noches. Los deseos de hombres frustrados jamás se cumplen, la rabia tiene que volver a casa, mordiéndose la lengua y apretando el culo para no llorar, no mear por el ojo cobrizo, en donde las líneas de un libro me han abofeteado con saña una y otra vez como niño malcriado.

A veces pienso que ella se sienta a mi lado, me cobija con sus brazos y me acaricia el alambrado cabello en un arrullo maternal. Susurra que todo estará bien y le creo, respiro profundo, cierro el ojo cobrizo, él debe descansar, restrego los ocho o diez gramos de grasa aceitosa que brotan de mis poros y me escurren por el rostro; sonrío para mis adentros y encuentro al fin ese segundo de paz que anhelaba. Es un espejismo lo sé, pero se siente bien.

No hay problema, solo debo sacar mi mano...

Hoy, al igual que otras tantas veces, la tibieza de mis testículos me ha calentado las manos. ¿Lo sientes? ¿Sientes mi deseo? Es el deseo de un hombre frustrado.

Deslizándome hacia la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora