—Todo comenzó con un: me siento mal.Al terminar la frase, Leonardo volvió el rostro hacia la muchacha que traía la jarra de cerveza, observó el sudor del vaso al ponerlos ella sobre la mesa.
—¿Me siento mal? ¿Eso fue lo que te dijo? —preguntó Anael rascándose la barbilla.
—Así es... "Me siento mal" —entonó Leonardo antes de beber el espumoso líquido avellanado.
La mujer se alejó regalándole una sonrisa a Leonardo que sin duda fue una de las múltiples del oficio. Las que siempre se debe mostrar al llegar a una mesa, pensó.
—¿Leo como dejaste que esas tres palabras cambiaran tu vida?
—No diría que cambiaron mi vida —bufó—, tan solo transformaron el sábado, ningún sábado fue igual desde entonces.
La mirada de Anael: penetrante y escrutadora, él conocía varios secretos de su amigo pero no el de: "El Escrito Más Hermoso". El escrito más hermoso que él haya leído jamás y sí que había leído muchos párrafos hermosos. Bebió, apagó un eructo con el puño inflando los carrillos descuidados de una barba en crecimiento, removió su pelo castaño y acariciando el borde del vaso como seduciendo los cubos de hielo que flotaban en su ron, decidió hablar:
—Vamos, he leído lo que escribes y conozco la historia detrás de cada palabra, sé quién es Él, también sé quién es Ella y la negra de tu día aburrido; me presentaste a Benjamín y a Harold, he visto a la musa de todas las musas y también sentí tu deseo más de una vez, tengo al frente a una criatura y no te será fácil engañarme, probablemente ya conozco a la fuente de los párrafos que vendrán mañana o la siguiente semana... Pero ¿Quién rayos es ella? ¿Quién es esta mujer que te dijo: me siento mal?
Leo sonrió estúpido y barrió con la mirada el apagado bar en donde bebían casi escondidos en una esquina oscurecida; eligen este lugar ya que la cerveza y el ron es barato, la pintura de las paredes se descascarilla y claro, por las mesas tatuadas, residuos circulares en la madera ya imposibles de borrar debido a las centenares jarras que escurrían cerveza por derredor; el olor de la nicotina era asfixiante, pero ambientador, te recuerda que no estás en una sala de estar, sino en un local elevador, donde a tu lado discurren ojos amarillentos y perdidos, vagando sin brújula en grados más altos de alcohol. La música también contribuía con granos de arena, el par de amigos más que por el costo del líquido verdugo de hígados, venían por la música; en el fondo gemía la guitarra y brincaba el tempo de Rest My Chemistry, hoy sábado, la noche perfecta para oír a Interpol.
—¿Me dirás quién es esta mujer que inspiró tu escrito más hermoso? —insistió Anael.
Él seguía sonriendo, miró a su amigo por unos segundos, no, Anael no iba ceder tan rápido, no iba a permitir que el tema de conversación fuera cambiado, era inevitable, debía confesar sus pecados ante el cura.
—¿Por dónde quieres que empiece?
—Su nombre por ejemplo...
—Se llama Danna —confesó Leo—, la conocí mientras defendía el rock de los prejuiciosos; luchábamos por el mismo ideal.
—¿Por el mismo ideal? mmmh...
—¿Qué?
—Continúa, continúa, no dejes que mis gestos interrumpan tu narración...
—Sé lo que estas pensando y es mejor que lo borres de tu cabeza...
La risa de Anael fue espasmódica, ruidosa y pausada como un motor que no quiere arrancar, terminó sorbiendo la nariz y haciendo otro de sus célebres gestos, esta vez para que Leonardo continuara hablando.
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Deslizándome hacia la locura
PoetryEscritos, frases, pensamientos, relatos e intentos patéticos de poemas sin ninguna conexión entre si, no importa donde comiences a leer, cada parte se resume en anécdotas, fantasías y metáforas de un hombre que lentamente se desliza hacia la locura.