Capítulo cuarenta: "Miradas"

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Dos días después...

Anna me miraba desde la esquina de la cama. Estaba sentada en el borde, con una de sus piernas debajo de su trasero, acomodada de una forma, en mi opinión, bastante incómoda. Yo me dedicaba a mirar como la cortina frente al ventanal se zarandeaba al compás del viento, mientras repiqueteaba con las uñas el cristal del vaso lleno de agua encerrado entre mis palmas, que todavía esperaba ser bebido.

Jamás me había sentido así. Me sentía tan malhumorada que no me creía capaz de levantarme y continuar como si no pasara nada. Cruzándome con ese hombre. Y sin duda alguna, le hacía un bien al refugio. No tenían porqué lidiar con mi mal genio. Sin embargo, Anna, Paul y algunos chicos de la pandilla Rebelde se habían acercado a ver qué tal lo llevaba. La mayoría se sorprendió cuando me vio lo suficientemente estable como para considerarme una sobreviviente al mal de amores. La mayoría menos Anna. Ella, a pesar de que yo le repetía que me encontraba bien, insistió en acompañarme en cada momento.

—Hoy iremos al lago, ¿quieres ir? —La voz de Anna suena tranquila y aterciopelada, como si pensara que si elevase la voz rompería en llanto. Me molestaba que piensen que sea tan débil. Era una ruptura, nada más. Dolía, es verdad, pero no era nada comparado con lo que nos rodeaba. Morir era una opción ahora. Y el dolor de una ruptura no se compara con eso ni en un millón de años.

—Sí, por supuesto. —Tallé mi ojo derecho con mi palma — ¿Has visto al cachorro? ¿Tú dices que lo lleve a pasear?

Anna se encoge de hombros—Jenna lo está cuidando de maravilla, hace un rato lo vi perseguir una mariposa en el patio. —Ambas sonreímos—Además... creo que debes volver a integrarte al grupo. Entiendo que desees estar sola por ahora, pero no me parece que sea lo más sano.

Lo medité por unos segundos, y finalmente solté un prolongado suspiro—Si, supongo que tienes razón. —Me incliné para apoyar el vaso sobre la mesada y me crucé de brazos. Anna elevó su comisura izquierda en una sonrisa torcida.

—Además, y no lo tomes a mal, si sigues recostada así comenzarán a salirte costras. Y luego yo tendré que limpiarte todos los días—Anna hizo una cara de asco que me provocó una leve risa —Eso quería oír. Ahora vamos, vístete y vayamos a desayunar algo. El día está fantástico.

La figura de mi amiga se perdió detrás de la puerta, y de nuevo me encontraba yo sola rodeada por el silencio sepulcral del cuarto que ahora compartía conmigo misma. No me importaba demasiado. O quizás sí pero hacía como que no. Llorar por un hombre no estaba en mis planes, en todo caso que fuera necesario. Y hasta ahora una ruptura no me parecía una causa digna para gastar agua que mi cuerpo podría usar en algo más productivo.

Me dirigí a paso lento hacia el ropero y lo abrí dejando que se escape un bufido de entre mis labios. Tomé mis predilectos jeans que recientemente los rebeldes que se encargan de llevar la ropa al lago para limpiarla me habían traído. Una camiseta de tirantes gris jaspeado y una sudadera gris. No había mucha ciencia, me gustaba ser simple a la hora de vestir. Y tampoco es que me produciría tanto dadas las condiciones en las que vivimos ahora, quizás antes lo hubiese tenido en cuenta.

Camine hacia la ventana y me quede un momento allí, observando cómo las copas de los árboles se mecían y formaban un sonido extrañamente satisfactorio. Algunos rebeldes estaban afuera, conversando o fumando un cigarro. Solté un suspiro. Ya basta, me dije, sal de aquí y vive la vida.

Sin más preámbulos, salí del cuarto con las manos hechas un puño dentro del bolsillo canguro de la sudadera. Me sentí bien cuando nadie volteó a verme mientras caminaba hacia el comedor, nadie parecía notar mi presencia y eso me gustaba.  A lo lejos pude ver a Anna charlando animadamente con un muchacho de estatura baja y cabello despeinado. Él parecía tener otras intenciones con ella, pero ella lo veía como un muchacho agradable, simpático quizás.

Deserto » bieber [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora