CAPITULO 11

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 Llegamos a Elite y Mario no estaba en la puerta, cosa que me desagrado, porque ya iba predispuesta a echarle la bronca nada más llegar y esperaba que estuviese en la puerta, ahora tendría que buscarle.

            Entramos y nos fuimos a tomar algo, de pronto vi a Mario. Me acerque a él con cara de enfadada. Mario me vio y la verdad es que me sorprendió que no tuviese la sonrisa de siempre en la boca para saludarme, es mas tenía un gesto de cabreo:

            - Hola Alejandra- me saludo en tono seco

            - Hola Mario. ¿Podemos hablar un momento?- le pregunté en tono cortante también.

            - Dímelo rápido que no tengo demasiado tiempo.

            - Tranquilo que no te voy a quitar mucho de ese tan preciado tiempo tuyo. Parece que te quite demasiado ayer, ¿no?. Medio Madrid a estas alturas debe saberlo.

            - ¿Saber el que?.

            - Lo que paso ayer aquí.

            - No sé porque lo dices.

            - Sinceramente pensé Mario que me apreciabas un poquitín mas, un mínimo, y veo que no que no tienes problemas en contarle a Jaime o a quien sea todo lo que haces conmigo, importándote un comino si me molesta o no o si me siento ofendida.

            - Mira tía no seas histérica. Sabes perfectamente que Jaime es mi amigo y que yo le cuento las cosas. Respecto a lo de ayer, yo solo le conté que nos habíamos enrollado y en realidad no paso nada más. Si te ofendes por tan poca cosa, lo siento mogollón.

            - Vale, vale Mario, ósea que lo de ayer fue un rollo y no paso nada más. Pues te aseguro que yo no voy teniendo ese tipo de rollos con todos los tíos con los que estoy.

            - Pues yo creí que sí, que lo hacías con todos, según me han contado.

            - ¡Vete a la mierda Mario!, y a mí no me vuelvas a dirigir la palabra en lo que te queda de maldita existencia.

            Casi con lágrimas en los ojos me alejé de él, y me fui al baño, donde descargue toda mi rabia. ¿Qué estaba pasando?. No sabía por qué sucedía todo aquello. Me sentía fatal, hundida. Mario había sido mi compañero durante una época y mi amigo y ahora de pronto se volvía en mi contra, sin motivo alguno. Me puse a llorar desconsoladamente en el baño, sentada en el suelo. Por un momento fue como si mi vida apareciese imagen por imagen, pasando por mi cabeza, atormentándome. Diciéndome que mi vida no tenía sentido, que no estaba bien. Algo fallaba en esa apariencia de total felicidad y perfección. Abrumada por mis pensamientos decidí salir de aquel baño y enfrentarme de nuevo al mundo real, que me oprimía. Yo no sé realmente el tiempo que estuve en el baño. Para mi fueron minutos, pero cuando vi a Cristina y a Silvia, llevaban buscándome un buen rato, preocupadas por mí. No dije nada cuando me las encontré, solo que nos fuésemos a Zenit. Precisaba que alguien me reconfortase y que me consolase, y lo que es mas necesitaba alguien que me necesitase, aunque fuese un mínimo, quería sentirme real por un momento.

            Sin despedirme de Mario me fui de allí. Les expliqué a estas sucintamente como me sentía, ya que permanecía callada. Ellas entendieron que prefería no hablar y me dejaron estar en mi mundo. Sabían que quería ir a Zenit tan solo por ver cinco segundos a Eduardo, darle mi teléfono, e irme a casa. Ellas sabían que me entraban este tipo de depresiones de vez en cuando, y respetaban mi silencio, aunque realmente no supieran el motivo de las mismas. Ni siquiera yo lo sabía...

            Entramos en Zenit sin ningún problema ya que estaba Eduardo en la puerta. Me vio entrar con cara amarga y en seguida me preguntó lo que me pasaba. Yo no le conté casi nada, pero sus palabras de aliento me reconfortaron. Eduardo no podía tener ni idea de lo que me pasaba, pero si podía ver que estaba triste. Sin ahondar en el tema, me consoló, diciendo cosas validas para todo posible caso de depresión o melancolía. Comprendió que me quisiera ir a casa, sin apenas estar con él. Le di mi teléfono, y me prometió llamar al día siguiente. Nos fuimos de allí ya todos. Cris me dijo que no me amargase, que la noche había estado bien, que no podía anular todo lo bueno que me había sucedido, por un acosa mala, solo una cosa mala. La verdad es que tenía razón.

            Llegué a casa y me puse el pijama. Puse música lenta la ideal para deprimirte si ya lo estas. Me senté en el suelo y me puse a fumar y a escribir, siempre me ponía a escribir cuando me daban estos bajones  y la verdad es que me aliviaba. Porque me daba cuenta de que lo tenía todo en la vida.

JUGANDO A JUEGOS DE MAYORESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora