CAPITULO 29

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            Paso una semana en la que recibí miles de llamadas de Eduardo, a las que preferí ni contestar. Recibí flores todos los días y hasta globos. Pero uno de los días me mandó un collar de oro y brillantes que colmó el vaso. Decidí quedar con él para devolverle su regalo y porque aunque no lo quisiera admitir me estaba volviendo loca sin él. Además todo era muy complicado porque no quería contarles a mis amigas todo la historia, no sabía si la entenderían. Les había contado la media mitad y habían alucinado.

            Nos vimos en la puerta del parque de atracciones. No sé el motivo por el que él quería quedar allí. Cuando llegué el ya estaba allí. Pagó las entradas y nos dedicamos a pasear. Era ya tarde, y como era verano había mucha gente.

            - ¿Qué tal?- le pregunté. Tenía cara de cansado y estaba más delgado.

            - Esta semana muriéndome sin ti.

            - No era mi intención hacértelo pasar mal.

            - Lo sé.

            - He quedado contigo para devolverte esto, no lo puedo aceptar.

            - Es para ti.

            - Es demasiado.

            - Me estoy volviendo loco. No hago nada todo el día, nada más que pensar en ti. No puedo seguir así- me imploraba con la mirada

            - Fue muy fuerte lo que paso Eduardo. Demasiado- le contesté tajante.

            - Lo sé y no sabes lo que me arrepiento, pero no puedo hacer que el tiempo vuelva atrás, lo hice y lo hice mal, pero es irremediable.

            - La verdad es que tenía ganas de verte- le dije intentando suavizar un poco el ambiente.

            - Es lo que más me puede alegrar en estos momentos.

            - Tendrían que cambiar muchas cosas...

            - Lo que tú quieras.

            - Me tendrías que contestar a las preguntas acerca de tu trabajo.

            - De acuerdo, lo que sea... Te quiero.

            - Yo... también te quiero.

             Entonces me agarro del cuello y me dio el beso más apasionado que creo que me había dado hasta la fecha. Lo saboreé al máximo, porque al fin y al cabo echaba de menos sus besos, casi aun mas que el.

            Nos pasamos el resto de la tarde y parte de la noche en el parque. Hicimos de todo, desde montar en las atracciones hasta comer algodoncitos. Parecíamos dos críos, disfrutamos a  tope aquella reconciliación. Me dijo que había estado contratando las vacaciones. Que había alquilado dos casitas al lado de la playa. Había alquilado dos porque había cogido también una para mis amigas. La verdad es aquella generosidad me pareció exagerada, pero él insistió de manera tal que no me quedo opción. En la otra casita estaría yo, con él cuando fuera y con uno de sus chicos, para protegerme, cuando el no estuviera, y para que no durmiera sola. La idea de las vacaciones me hizo sentirme ilusionada de nuevo.

            A las tres de la madrugada nos fuimos a su apartamento. Hacia una noche de ensueño. Brillaban millones de estrellas en el cielo. Sirvió un par de copas en el salón y puso música suave. Abrimos las grandes ventanas para que entrara un poco de aire. Eduardo se acerco a mí y me abrazo, me sentía protegida entre sus brazos, como si ya nada importase realmente. Allí moviéndome ligeramente al ritmo de la música me pregunté si aquello seria amor. Cogió mi copa y la dejo en la mesa, me seguía agarrando como si temiese que me fuese otra vez. Me beso larga y suavemente y me arrastro hasta el dormitorio. Una vez allí empezó a desnudarme tranquilamente sin prisa. Me acariciaba y besaba como si quisiera saborear cada centímetro de mi piel, como si se le fuera a ir de las manos, como si en el momento en el que separase sus labios de mi piel yo me fuera a desvanecer. Hicimos el amor hasta casi el amanecer, como si aquella fuera la última noche de nuestras vidas.

JUGANDO A JUEGOS DE MAYORESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora