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Afuera las nubes amontonadas en el cielo indicaban que en poco tiempo caería la lluvia en Newport.

Mi vestido azulado contrastaba con las paredes blancas de mi habitación, de mi espacio en ese lujoso lugar por diecisiete años y que de un día para el otro dejaría para volver en algún tiempo. Miraba cada rincón, cada espacio habitable y no pude evitar suspirar.

Lo extrañaría, de eso no había duda. Mi habitación era para mi el único lugar donde podía sentirme libre, sin nadie brindándome la atención que tanto me incomodaba.

Ser princesa para mi no era sencillo, pero era algo que sabía hacer a la perfección. Era fruto de un matrimonio de reyes, mi destino era seguir sus pasos al pie de la letra.

En ese momento, mientras admiraba por primera vez algo que creí siempre que no tenía encanto alguno, sentí un miedo fugaz. Estaba cayendo en que me iría. Estaba por dejar el palacio, el reino, mi país.

Era miedo a lo desconocido y al futuro. ¿Y si perdemos? ¿Y si en realidad toda la monarquía de mi país caía? Yo dejaría de ser princesa, mis padres dejarían de ser reyes y no sabría, claramente, qué nos depararía la vida.

—Ariane.

Mi madre se encontraba en el marco de la puerta. Me erguí y me dirigí a ella sin mirarla fijamente a los ojos. Todos aquellos pensamientos que me ataban al terror desaparecieron en una fracción de segundos.

—Su Majestad.

Se acercó hasta donde yo me encontraba y me contuvo en sus brazos. Un frío fugaz recorrió mi cuerpo. Antes de mi habitación, sin dudar, extrañaría a mi madre.

—¿Tienes todo preparado? —susurró en mi oído mientras sus manos acariciaban mi espalda. Era un abrazo reconfortante.

—Sí, madre. Luis subirá en un momento para recoger mis cosas.

Ella se separó de mi y observó mi habitación asintiendo. Quería pensar que estaba imaginando su vida sin mi, que ella me extrañaría también y que haría hasta lo imposible para que yo volviera a sus brazos lo más pronto que puedira.

En un segundo se escuchó el golpear de la madera. Ambas nos dimos vuelta lentamente hasta donde provenía el sonido.

Un muchacho castaño, vestido de traje y camisa se encontraba parado frente al marco de la puerta un poco cohibido. Escudriñando en su mirada se podía notar el nerviosismo.

—Su majestad.

Mi madre levantó la mano de golpe haciendo que Luis dejara de hablar. Él se cayó de inmediato y sus mejillas tomaron un rosa claro que su piel blanca dejaba demostrar con total claridad.

—Primero tengo que dirigirte yo la palabra —lo regañó. El joven asintió apenado—. ¿Sí? Luis —habló mi madre haciendo como si nada hubiera pasado.

Sonreí ante la acción.

—Su majestad, alteza. Vine a recoger las pertenencias de la princesa Ariane, su carro ha llegado —dijo aquellas palabras mientras hacia una leve reverencia.

—Muy bien, Luis. Puedes llevártelas, son estas tres —le dije mientras señalaba las tres valijas que estaban en la punta de mi cama—. En un momento bajo.

Luis agarró las valijas difícilmente, hizo una reverencia como pudo y salió del cuarto a paso ligero haciendo malabares.

—Es medio torpe —observó mi madre.

—Es nuevo en la familia real, debemos entrenarlo simplemente —me dirigí a mi madre—. Tengo que bajar.

Dije esas palabras lo más lento que pude. Quería quedarme más tiempo allí. Quería que mi madre me dijera que era una falsa alarma, casi una broma, que no debía irme y que mi lugar seguiría siendo Newport, pero sabía que eso no ocurriría.

—Ariane, prométeme que te cuidarás —murmuró mirándome fijamente haciendo que baje la mirada. Sus delicadas manos tomaron mi rostro logrando que volviera mi vista a ella—. Mírame, necesito que te protejas.

—Te lo prometo, madre.

Dejándome guiar por mis sentimientos esta vez fui yo quien la abrazó. Ella me dió un pequeño beso en mi coronilla.

Me quedé mirando un punto fijo de la habitación sobre el hombro de mi madre. No quería afrontar lo que vendría, pero ya no tenía más opciones.

Nuevamente tuvimos que separarnos. Lancé todo el aire que tenía guardado, dirigí una última vista a mi dormitorio y salí de mi habitación dejándola a mi madre sola allí.

Bajé las escaleras a lentos movimientos, el chófer podía esperarme. Quería apreciar el hogar en el que había vivido toda mi vida. Le encontraba la belleza en cada espacio. Me di cuenta, entonces, que todo lo que me rodeaba nunca había sido realmente admirado por mi. Jamás le había dado la importancia que otra persona ajena al reino le hubiera dado. Para mi eso era mi hogar, no un monumento o algo por donde hacer un tour y sacar fotos.

Cuando toqué el suelo de la planta baja encontré a Eliot esperándome.

—Su alteza. —Hizo su inclinación—. Su automóvil está aguardándola afuera.

—Te extrañaré, Eliot.

El hombre alzó su mano para que yo me apoyara así acompañarme hasta la salida.

—Me emociona, alteza. —Reí por lo bajo—. Pero no debe preocuparse, cuanto antes su padre resuelva los problemas del reino y todo lo malo pase, tan pronto la tendremos por estos lugares otra vez.

—Lo sé, espero que sea pronto. Igualmente estaré en otro reino donde me acogerán muy bien.

—Eso espero, alteza.

Peinó su cabello engominado para atrás ligeramente con la mano que tenía libre. A pesar de su pelo de color ceniza no parecía un hombre mayor a los sesenta años.

—Eliot, puedes decirme Ariane. Han pasado diecisiete años y aún sigues llamándome alteza.

—Es la costumbre, sepa disculparme.

—Y no me trate de usted, no soy mi madre.

La reina Rosaline era la primera a la que le gustaba que todas las normas se cumplieran y cuando un empleado no la trataba de la forma correspondiente lo corregía hasta que aprendiera. Claramente yo no era como mi madre.

—Bien, Eliot. Dime por dónde debo salir.

—Por la cocina, Ariane. Su padre no quiere que nadie se entere de su salida del reino.

—Perfecto.

Me solté del agarré de Eliot y comencé a caminar hasta la cocina con él a mis espaldas con paso decidido.

—Su Alteza Real se encuentra en la cocina —avisó cuando crucé la puerta.

Todas las muchachas dejaron de hacer las cosas que hacían y se irguieron para luego hacer una reverencia. Hice un pequeño gesto agradeciendo y salí por la puerta camino al patio trasero.

—Muy bien, princesa, éste es su automóvil.

Eliot abrió la puerta trasera del carro que se encontraba en las instalaciones del palacio.

—Nos vemos pronto, Eliot.

—Adiós, cuídese.

Entré en el auto y él cerró la puerta atrás de mi. Saludé por la ventanilla y le pedí al chófer que encendiera el automóvil lo más rápido que pudiera porque estaba cien por ciento segura de que si me quedaba un segundo más bajaría del auto y me quedaría allí para siempre

Miré por la ventanilla y unas pequeñas gotas comenzaron a chocar contra el cristal.

Sería un largo viaje, muy largo, y esperaba que mi estadía en el reino vecino pasara pronto.

Mis ganas de volver a mi palacio ya se estaban acumulando y eso que aún no había salido de los terrenos. Miré por última vez la fachada del castillo.

—Adiós... volveré pronto.

Y realmente esperaba hacerlo. Newport necesitaba de mi.

Princesa || h.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora