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Harry me acompañó a mi casa sin nada más que decir.

Durante el camino no habló y se lo agradecí internamente. Él se sentía mal por haberme hecho llorar. Tuve que haberle dicho que no pasaba nada, que simplemente fue un momento de debilidad, pero no pude. Sabía que si hablaba terminaría llorando nuevamente y ninguno de los dos quería que eso sucediera y aunque mi mirada se posara en el suelo helado podía notar que él me echaba algunas miradas intentando comprobar mi estado de vez en cuando.

Al llegar a la cuadra de la casa Harry se detuvo, me miró por última vez y comenzó a irse por donde habíamos llegado dándose media vuelta.

 —Harry... —susurré al ver como se alejaba. Él se giró mirándome. Observé sus ojos rojos y un poco más pequeños que otras veces y me sentí mal por eso—. Yo...

 —No pasa nada, en serio. —Me sonrió débilmente—. Hablamos mañana.

  —Adiós —susurré al verlo alejarse con una triste sonrisa en su rostro.

Caminé hasta la casa mientras me abrazaba intentando contener el calor, pero era casi imposible, tan imposible como dejar de llorar. Me sentía la peor persona del mundo.

Al acercarme al edificio miré por la ventana del comedor. 

Todos ya habían llegado y estaban charlando y riendo mientras se calentaban por el calor de la chimenea. Un hermoso color anaranjado los iluminaba. 

Vi como Mattew le besaba la barriga a Emilse quien me notó, pero aún así no dijo nada. Sus ojos estaban fijos en mi. Unas lágrimas recorrían mis mejillas y me maldije por dejar que una nueva persona me viera llorando. 

El rubio, que no paraba de hablarle a su novia, logró notar que ella estaba distraída y no le prestaba la suficiente atención que necesitaba. Logré leer los labios de Mattew que le preguntaban "¿Qué sucede?". Emilse negó rápidamente y cerró la cortina por si su novio se le ocurría la idea de mirar por la ventana y ver a la estúpida Ariane que lloraba sin más.

Intenté respirar entre sollozos y cuando sentí que estaba más calmada, limpié mis lágrimas, subí las escaleras y abrí la puerta. Intenté que nadie me escuchara y fui a escondidas hasta la cocina.

—¡Ariane! 

Y una pequeña rubia corría a abrazar mis piernas. 

Mi intento no había funcionado muy bien.

—Hola, Molly. 

Intenté sonreír pero salió más bien una mueca.

—¿Estás bien? —dijo la niña mientras se alejaba un poco de mi e intentaba mirar mis ojos. Yo en un inútil esfuerzo de que no notara que había estado llorando levanté mi mirada.

—Sí, pequeña. Todo bien. 

—No te creo. 

Bufé poniendo los ojos en blanco.

—¡Estoy bien, Molly! —grité y ella se separó de mi rápidamente.

—¡Eh! ¿Qué te pasa? —Escuché la voz de Emilse que aparecía por la puerta de la cocina. Miré a Molly y parecía tener ganas de llorar. Cerré los ojos con fuerza, ¿Algo peor qué hacer llorar a una niña y qué además la persona que te odia te haga ver como un monstruo? Imposible—. No le hables así.

—Molly, lo lamento. 

Me arrodillé frente de ella pero cruzó sus diminutos brazos y me esquivó la mirada. 

—Puedes irte, Ariane. 

Hablaba Emilse, pero ninguna le prestaba atención. 

—No he tenido un buen día. —Bajé mi mirada y nuevamente las ganas de llorar me invadían—. No quería gritarte, lo lamento

Princesa || h.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora