Si bien reconozco que el éxito de la presente obra ha sido mayor que el que yo
esperaba y que las alabanzas que ha arrancado a unos pocos críticos benevolentes han
sido superiores a sus méritos, también debo admitir que desde otros ámbitos ha sido
criticada con una aspereza para la que tampoco estaba preparada y que tanto mi juicio
como mis sentimientos me aseguran que es más amarga que justa. Apenas está en las
manos de un autor el refutar los argumentos de sus censores y justificar sus propias
producciones, pero espero que se me permita aquí hacer algunas observaciones con
las que habría prolongado la primera edición si hubiera previsto la necesidad de
semejantes precauciones frente a los malentendidos creados por aquellos que habrían
de leerla con una mente llena de prejuicios o de contentarse con juzgarla después de
una rápida ojeada.
Mi objetivo al escribir las páginas que siguen no fue simplemente entretener al
Lector, ni tampoco proporcionarme un placer, y menos aún congraciarme con la
Prensa y el Público. Deseaba decir la verdad, porque la verdad siempre comunica su
propia moral a aquellos que son capaces de aceptarla. Pero como con demasiada
frecuencia el tesoro inapreciable se esconde en el fondo del pozo, se necesita valor
para bucear en su búsqueda, sobre todo porque el que lo hace atraerá sobre sí
probablemente más desprecio e inquina por el fango y el agua en los que se ha
atrevido a sumergirse, que agradecimiento por la joya que encuentre; de la misma
manera que quien asume la tarea de limpiar el apartamento de un soltero descuidado
recibirá más insultos por el polvo que levante que elogios por la limpieza que realice.
No se piense, sin embargo, que me considero competente para enmendar los errores y
abusos de la sociedad, sino sólo humildemente deseosa de hacer mi pequeña
contribución a tan noble empresa, y si pudiera de alguna manera conseguir que se me
escuchara, preferiría susurrar al oído del público unas cuantas verdades saludables
que un montón de estúpida blandenguería.
Como la historia de Agnes Grey fue acusada de cargar las tintas en aquellos
pasajes que eran precisamente una copia exacta de la realidad, en los que se evitó
escrupulosamente toda exageración, de la misma manera, en la presente obra, me
encuentro con la censura de describir con amore, «con una predilección morbosa por
lo grosero, cuando no por lo brutal», aquellas escenas que no han sido, me
aventuraría a decir, más penosas de leer para el más escrupuloso de mis críticos, que
de lo que para mí fue describirlas. Puede que haya ido demasiado lejos, en cuyo caso
tendré cuidado de no preocuparme o preocupar a los lectores de nuevo de la misma
manera; pero si tenemos que abordar la malignidad y personajes malignos, mantengo
que es mejor describirlos como son realmente que como a ellos les gustaría parecer.
Presentar algo malo bajo una luz lo menos hiriente posible es, no cabe duda, el
camino más agradable que puede elegir un escritor de ficción; pero ¿es acaso el más
honesto y seguro? ¿Es mejor revelar al viajero joven e irreflexivo los peligros y
trampas de la vida o recubrirlos con ramas y flores? ¡Oh, lector!, si no se tratara con
tanta frecuencia de ocultar delicadamente los hechos —ese susurro de «paz, paz»
cuando no hay paz—, habría menos miseria y pecado para los jóvenes de uno y otro
sexo que se ven obligados a extraer su amargo conocimiento de la experiencia.
No se debe suponer, a la vista de las actuaciones del desgraciado calavera y el
pequeño grupo de libertinos que aquí se presentan, que son un ejemplo de las
prácticas comunes de una sociedad: se trata de un caso extremo, como espero que a
nadie se le escapará; pero sé que semejantes personajes existen, y si he prevenido a
un solo joven temerario sobre las consecuencias de seguir su camino, o he impedido
que una sola muchacha caiga en el mismo error natural de mi heroína, el libro no
habrá sido escrito en vano. Pero también debo decir que si algún lector honesto
obtiene más dolor que placer de su lectura y cierra el último volumen con una
impresión desagradable en la cabeza, con humildad suplico su perdón, pues nada ha
estado más lejos de mi propósito; y pondré todo de mi parte para hacerlo mejor la
próxima vez, pues me gusta proporcionar un placer inocente. Pero entiéndaseme bien:
no limitaré mi ambición a esto, ni siquiera a producir «una obra de arte perfecta».
Consideraría el tiempo y los talentos empleados en ello malversados y malgastados.
Los modestos talentos que Dios me ha dado los pondré con todas mis fuerzas al
servicio de su más alta utilidad; no sólo quiero entretener sino también beneficiar; y
cuando sienta que es mi deber decir una verdad desagradable, con la ayuda de Dios,
la diré, aunque sea perjudicial para mi nombre y vaya en detrimento del placer
inmediato del lector y del mío propio.
Una palabra más y concluyo. Respecto a la identidad de quien ha escrito el libro,
me gustaría dejar meridianamente claro que Acton Bell no es Currer ni Ellis Bell y,
por tanto, no deben atribuirse a ellos sus errores. En cuanto a si su nombre es real o
ficticio, poco puede importarles a quienes sólo conocen de tal persona sus obras.
Como bien poco, creo yo, puede importar que semejante nombre esconda la
personalidad de un hombre o una mujer, tal como uno o dos de mis críticos afirman
haber descubierto. Tomo la imputación por su lado bueno, como un cumplido a la
descripción justa de mis personajes femeninos; y aunque no tengo más remedio que
atribuir buena parte de la severidad de mis censores a esta sospecha, no me molestaré
en refutarla, porque, en mi opinión, si un libro es bueno, lo es independientemente del
sexo de quien lo ha escrito. Todas las novelas se escriben, o deben ser escritas, para
que las lean hombres y mujeres, y no puedo concebir que un hombre se permita
escribir algo que sea realmente vergonzoso para una mujer, o que una mujer sea
censurada por escribir algo que sea conveniente y adecuado para un hombre.
(ANNE BRONTË)
22 de julio de 1848
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LA INQUILINA DE WILDFELL HALL
RandomTras muchos años de abandono, la destartalada y ruinosa mansión de Wildfell Hall es habitada de nuevo por una misteriosa mujer y su hijo de corta edad. La nueva inquilina -una viuda, al parecer- no tarda, con su carácter retraído y poco sociable, su...