10 de octubre. — El señor Huntingdon regresó hace unas tres semanas. No me
molestaré en describir su aspecto, su conducta, su conversación y mis sentimientos
con respecto a él. Sin embargo, al día siguiente de su llegada, me sorprendió
anunciándome su intención de procurarle una institutriz al pequeño Arthur; le dije
que era absolutamente innecesario, por no decir ridículo, de momento: yo creía que
era plenamente competente para la tarea de enseñarle, en los próximos años, por lo
menos. La educación del niño era el único placer y la única ocupación de mi vida y,
puesto que él me había apartado de todas las demás, estaba segura de que no le
costaría ningún trabajo dejar ésta en mis manos.
Me dijo que yo no era la persona adecuada para enseñar a los niños o estar con
ellos: ya había reducido al pequeño a poco menos que un autómata, había estropeado
su excelente predisposición con mi rígida severidad; y acabaría haciendo desaparecer
toda la alegría de su corazón, convirtiéndole en un niño tan ascético y sombrío como
yo misma, si seguía teniéndolo a mi cargo mucho más tiempo. La pobre Rachel fue
también víctima de sus abusos verbales, como de costumbre; no puede soportar a
Rachel porque sabe que ella tiene una opinión acertada de él.
Yo defendí serenamente nuestras respectivas actitudes como institutriz y niñera, y
me resistí firmemente al aumento de nuestra sociedad familiar; pero él me atajó
diciendo que era inútil discutir sobre el asunto, porque ya había contratado a una
institutriz, que iba a llegar la próxima semana; así que lo único que tenía que hacer yo
era tenerlo todo dispuesto para recibirla. Ésta era una información bastante
sorprendente. Me aventuré a preguntar su nombre y sus señas, quién se la había
recomendado, o por qué la había elegido.
—Es una joven muy estimable y religiosa —dijo—; no tienes por qué
preocuparte. Su nombre es Myers, creo; y me la recomendó una respetable viuda, una
dama de gran reputación en el mundo religioso. No la he visto y por tanto no puedo
darte ninguna información sobre su persona o su trato; pero, si los elogios de la vieja
dama son exactos, la encontrarás en posesión de todas las virtudes deseables para su
puesto... sobre todas, un amor poco común por los niños.
Dijo todo esto con seriedad y tranquilidad, pero había un demonio risueño en su
mirada medio desviada que no presagiaba nada bueno. Sin embargo, pensé en mi
refugio del condado de... y no puse más objeciones.
Cuando llegó la señorita Myers, yo no estaba preparada para darle una bienvenida
muy cordial. Su aspecto no estaba calculado para producir una impresión
precisamente favorable, a primera vista, ni sus modales ni su conducta posterior, de
ninguna manera, hicieron cambiar el prejuicio que había concebido contra ella. Su
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LA INQUILINA DE WILDFELL HALL
AléatoireTras muchos años de abandono, la destartalada y ruinosa mansión de Wildfell Hall es habitada de nuevo por una misteriosa mujer y su hijo de corta edad. La nueva inquilina -una viuda, al parecer- no tarda, con su carácter retraído y poco sociable, su...