CAPÍTULO XLIII. MÁS ALLÁ DEL LÍMITE

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10 de octubre. — El señor Huntingdon regresó hace unas tres semanas. No me

molestaré en describir su aspecto, su conducta, su conversación y mis sentimientos

con respecto a él. Sin embargo, al día siguiente de su llegada, me sorprendió

anunciándome su intención de procurarle una institutriz al pequeño Arthur; le dije

que era absolutamente innecesario, por no decir ridículo, de momento: yo creía que

era plenamente competente para la tarea de enseñarle, en los próximos años, por lo

menos. La educación del niño era el único placer y la única ocupación de mi vida y,

puesto que él me había apartado de todas las demás, estaba segura de que no le

costaría ningún trabajo dejar ésta en mis manos.

Me dijo que yo no era la persona adecuada para enseñar a los niños o estar con

ellos: ya había reducido al pequeño a poco menos que un autómata, había estropeado

su excelente predisposición con mi rígida severidad; y acabaría haciendo desaparecer

toda la alegría de su corazón, convirtiéndole en un niño tan ascético y sombrío como

yo misma, si seguía teniéndolo a mi cargo mucho más tiempo. La pobre Rachel fue

también víctima de sus abusos verbales, como de costumbre; no puede soportar a

Rachel porque sabe que ella tiene una opinión acertada de él.

Yo defendí serenamente nuestras respectivas actitudes como institutriz y niñera, y

me resistí firmemente al aumento de nuestra sociedad familiar; pero él me atajó

diciendo que era inútil discutir sobre el asunto, porque ya había contratado a una

institutriz, que iba a llegar la próxima semana; así que lo único que tenía que hacer yo

era tenerlo todo dispuesto para recibirla. Ésta era una información bastante

sorprendente. Me aventuré a preguntar su nombre y sus señas, quién se la había

recomendado, o por qué la había elegido.

—Es una joven muy estimable y religiosa —dijo—; no tienes por qué

preocuparte. Su nombre es Myers, creo; y me la recomendó una respetable viuda, una

dama de gran reputación en el mundo religioso. No la he visto y por tanto no puedo

darte ninguna información sobre su persona o su trato; pero, si los elogios de la vieja

dama son exactos, la encontrarás en posesión de todas las virtudes deseables para su

puesto... sobre todas, un amor poco común por los niños.

Dijo todo esto con seriedad y tranquilidad, pero había un demonio risueño en su

mirada medio desviada que no presagiaba nada bueno. Sin embargo, pensé en mi

refugio del condado de... y no puse más objeciones.

Cuando llegó la señorita Myers, yo no estaba preparada para darle una bienvenida

muy cordial. Su aspecto no estaba calculado para producir una impresión

precisamente favorable, a primera vista, ni sus modales ni su conducta posterior, de

ninguna manera, hicieron cambiar el prejuicio que había concebido contra ella. Su

LA INQUILINA DE WILDFELL HALLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora