El mes llegaba a su fin cuando, cediendo a la apremiante insistencia de Rose, la
acompañé a una visita a Wildfell Hall. Para sorpresa nuestra, fuimos conducidos a
una habitación en la que el primer objeto con el que tropezaron mis ojos fue un
caballete de pintor; junto a él había una mesa ocupada por lienzos, botellas de óleo y
barniz, una paleta, pinceles, pinturas, etc. Inclinados contra la pared había varios
bocetos en diversas etapas de progresión, y unos cuantos cuadros terminados, la
mayor parte, paisajes y retratos.
—Tengo que recibirlos en mi estudio —dijo la señora Graham—, no hay fuego en
el salón hoy, y hace demasiado frío para que permanezcan en un sitio con la
chimenea vacía.
Quitó de un par de sillas los artísticos trastos que las habían usurpado, nos rogó
que nos sentáramos, y volvió a ocupar su asiento al lado del caballete. No se sentó
exactamente frente a él, pero echaba una mirada a la pintura de vez en cuando
mientras conversaba y la retocaba ocasionalmente con el pincel, como si le resultara
imposible apartar la atención de su ocupación para fijarla en sus invitados. Era una
perspectiva de Wildfell Hall, por la mañana temprano, desde el campo de abajo, que
destacaba en oscuro relieve contra un cielo azul claro plateado, con unos pocos trazos
rojos en el horizonte, dibujada y coloreada con fidelidad, y muy elegante y
artísticamente pintada.
—Veo que su trabajo requiere toda su atención, señora Graham —observé yo—;
debo rogarle que continúe; porque si consiente usted que nuestra presencia la
interrumpa, nos veremos obligados a considerarnos unos intrusos inoportunos.
—¡Oh, no! —contestó ella, arrojando el pincel sobre la mesa como arrastrada por
sorpresa a la cortesía—. No estoy tan acosada por las visitas que no pueda compartir
unos cuantos minutos con los pocos que me honran con su compañía.
—Casi ha acabado usted su cuadro —dije, aproximándome para observarlo desde
más cerca y mirándolo con mayor grado de admiración y deleite del que puedo
expresar—. Unas cuantas pinceladas en primer término lo acabarán, creo. Pero ¿por
qué lo ha llamado usted Fernley Manor, Cumberland, en vez de Wildfell Hall,
condado de...? —pregunté, aludiendo al nombre que había trazado en pequeños
caracteres en la parte inferior del lienzo.
Pero me di cuenta inmediatamente de que acababa de cometer una impertinencia
al hacerlo porque se sonrojó y dudó; pero, después de una pausa momentánea,
contestó con una especie de franqueza desesperada:
—Porque tengo amigos, conocidos por lo menos, en el mundo a los que deseo
ocultar mi actual residencia; y como podrían ver el cuadro, y podrían posiblemente
reconocer el estilo, a pesar de las iniciales falsas que he pintado en la esquina, he
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LA INQUILINA DE WILDFELL HALL
AléatoireTras muchos años de abandono, la destartalada y ruinosa mansión de Wildfell Hall es habitada de nuevo por una misteriosa mujer y su hijo de corta edad. La nueva inquilina -una viuda, al parecer- no tarda, con su carácter retraído y poco sociable, su...