Bueno, Halford, ¿qué piensas de todo esto? Y mientras lo leías, ¿te imaginaste por
algún momento qué sentimientos me habrían embargado al leerlo yo? Seguramente
no; pero no voy a comentarlos ahora; sólo haré esta confesión, por poco honrosa que
pueda ser para la naturaleza humana, y en particular para mí: la primera parte del
diario fue, para mí, más penosa que la última; no es que fuera en absoluto insensible a
los pesares de la señora Huntingdon o inconmovible ante sus sufrimientos, sino que,
debo confesarlo, experimenté una especie de satisfacción egoísta al contemplar que el
concepto en que tenía a su marido iba degradándose poco a poco, y al ver cómo éste
extinguía todo el afecto que ella sentía. El efecto de conjunto, sin embargo, a pesar de
toda la simpatía que sentía por ella y la cólera que él me inspiraba, fue librar a mi
espíritu de una carga insoportable, y llenar de alegría mi corazón, como si algún
amigo me hubiera despertado de una horrorosa pesadilla.
Eran ya las ocho de la mañana; mi vela se había agotado en mitad de la lectura,
sin dejarme más alternativa que hacerme con otra, con riesgo de despertar a toda la
casa o irme a la cama y esperar el retorno de la luz del día. Pensando en mi madre
elegí lo último; pero con qué gana toqué la almohada y cuánto sueño me proporcionó,
lo dejo a tu imaginación.
A los primeros indicios del amanecer, me levanté y me acerqué con el manuscrito
a la ventana, pero era imposible leerlo todavía. Dediqué media hora a vestirme y
luego volví a él otra vez. Entonces, con cierta dificultad y un intenso y ávido interés,
devoré el resto de su contenido. Cuando lo concluí y me recuperé de la pasajera
impresión que me había producido su súbito final, abrí la ventana y saqué la cabeza
para que me diera en el rostro la fresca brisa matinal y para aspirar profundas
bocanadas de aire puro. Era una mañana espléndida; un espeso rocío medio helado
cubría la hierba, las golondrinas gorjeaban a mi alrededor, las cornejas graznaban y
las vacas mugían a lo lejos; la escarcha temprana y el resplandor del sol del verano
mezclaban su dulzura en el aire. Pero yo no pensaba en esto; una confusión de
incontables pensamientos y encontradas emociones me invadía mientras contemplaba
abstraídamente el bello rostro de la naturaleza. En seguida, sin embargo, este caos de
pensamientos y sentimientos se aclaró, dando paso a dos nítidas emociones:
indescriptible alegría porque mi adorada Helen era la que yo había soñado, porque a
través de los nocivos vapores de las calumnias del mundo y de las propias condenas
de mi fantasía, su carácter brillaba cegador, claro, inmaculado como aquel sol que no
podía mirar directamente; y vergüenza y profundo remordimiento por mi propia
ESTÁS LEYENDO
LA INQUILINA DE WILDFELL HALL
RastgeleTras muchos años de abandono, la destartalada y ruinosa mansión de Wildfell Hall es habitada de nuevo por una misteriosa mujer y su hijo de corta edad. La nueva inquilina -una viuda, al parecer- no tarda, con su carácter retraído y poco sociable, su...