CAPÍTULO XXV. PRIMERA AUSENCIA

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El 18 de abril fuimos a Londres; el 8 de mayo yo regresé, cumpliendo el deseo de

Arthur: completamente en contra del mío, pues le dejé solo. Si hubiera venido

conmigo, me habría sentido complacida de volver a casa, pues mientras estuvimos

allí me obligó a llevar una vida tan bulliciosa y agitada que, en este corto espacio de

tiempo, me quedé completamente agotada. Parecía decidido a exhibirme ante sus

amigos y conocidos en particular, y ante el público en general, en cualquier ocasión

que se presentaba y sobre todo cuando el lucimiento podía ser mayor. Daba la

impresión de que me consideraba un valioso objeto del que estaba orgulloso; pero

hube de pagar un precio muy alto por esta satisfacción porque en primer lugar, para

complacerle, tuve que contrariar mis gustos más queridos: mis principios casi

arraigados sobre una forma de vestir sencilla, oscura y sobria; debía destellar con

costosas joyas, engalanarme como una mariposa pintada, justo lo que, hacía mucho

tiempo, había decidido no hacer nunca; y esto no fue un sacrificio pequeño. En

segundo lugar, me esforzaba continuamente por satisfacer sus atrevidas aspiraciones

y hacer honor a su elección, en mi conducta y proceder generales, temiendo

decepcionarle con alguna torpeza o algún rasgo de inexperta ignorancia sobre las

costumbres de la sociedad, sobre todo cuando me tocaba el papel de anfitriona, que se

me pedía desempeñar con no poca frecuencia. Y en tercer lugar, como ya insinué

antes, estaba cansada de la muchedumbre y el bullicio, el apresuramiento y el cambio

incesante de una vida tan ajena a mis costumbres anteriores. Por fin, descubrió que

los aires de Londres no me sentaban muy bien y que suspiraba por mi hogar en el

campo, por lo que debía regresar inmediatamente a Grassdale.

Yo le aseguré sonriente que el caso no era tan urgente como él parecía creer, pero

que deseaba ciertamente volver a casa si él también quería. Respondió que tendría

que quedarse una o dos semanas más, pues ciertos asuntos pendientes requerían su

presencia.

—Entonces, me quedaré contigo —dije.

—Eso no puede ser, Helen —fue su respuesta—: mientras estés aquí habré de

ocuparme de ti y desatender mis negocios.

—Pero no tendrás que hacerlo —repliqué—. Ahora que sé que tienes asuntos de

los que ocuparte, insisto en que te dediques a ellos y me dejes sola. A decir verdad,

estoy deseando descansar un poco. Puedo dar mis paseos a pie y a caballo por el

parque como siempre; y tus negocios no pueden tenerte todo el día ocupado; por lo

menos te veré a las horas de comer y a última hora de la tarde, y eso será mejor que

estar a leguas de ti y no verte en absoluto.

LA INQUILINA DE WILDFELL HALLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora