El 18 de abril fuimos a Londres; el 8 de mayo yo regresé, cumpliendo el deseo de
Arthur: completamente en contra del mío, pues le dejé solo. Si hubiera venido
conmigo, me habría sentido complacida de volver a casa, pues mientras estuvimos
allí me obligó a llevar una vida tan bulliciosa y agitada que, en este corto espacio de
tiempo, me quedé completamente agotada. Parecía decidido a exhibirme ante sus
amigos y conocidos en particular, y ante el público en general, en cualquier ocasión
que se presentaba y sobre todo cuando el lucimiento podía ser mayor. Daba la
impresión de que me consideraba un valioso objeto del que estaba orgulloso; pero
hube de pagar un precio muy alto por esta satisfacción porque en primer lugar, para
complacerle, tuve que contrariar mis gustos más queridos: mis principios casi
arraigados sobre una forma de vestir sencilla, oscura y sobria; debía destellar con
costosas joyas, engalanarme como una mariposa pintada, justo lo que, hacía mucho
tiempo, había decidido no hacer nunca; y esto no fue un sacrificio pequeño. En
segundo lugar, me esforzaba continuamente por satisfacer sus atrevidas aspiraciones
y hacer honor a su elección, en mi conducta y proceder generales, temiendo
decepcionarle con alguna torpeza o algún rasgo de inexperta ignorancia sobre las
costumbres de la sociedad, sobre todo cuando me tocaba el papel de anfitriona, que se
me pedía desempeñar con no poca frecuencia. Y en tercer lugar, como ya insinué
antes, estaba cansada de la muchedumbre y el bullicio, el apresuramiento y el cambio
incesante de una vida tan ajena a mis costumbres anteriores. Por fin, descubrió que
los aires de Londres no me sentaban muy bien y que suspiraba por mi hogar en el
campo, por lo que debía regresar inmediatamente a Grassdale.
Yo le aseguré sonriente que el caso no era tan urgente como él parecía creer, pero
que deseaba ciertamente volver a casa si él también quería. Respondió que tendría
que quedarse una o dos semanas más, pues ciertos asuntos pendientes requerían su
presencia.
—Entonces, me quedaré contigo —dije.
—Eso no puede ser, Helen —fue su respuesta—: mientras estés aquí habré de
ocuparme de ti y desatender mis negocios.
—Pero no tendrás que hacerlo —repliqué—. Ahora que sé que tienes asuntos de
los que ocuparte, insisto en que te dediques a ellos y me dejes sola. A decir verdad,
estoy deseando descansar un poco. Puedo dar mis paseos a pie y a caballo por el
parque como siempre; y tus negocios no pueden tenerte todo el día ocupado; por lo
menos te veré a las horas de comer y a última hora de la tarde, y eso será mejor que
estar a leguas de ti y no verte en absoluto.
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LA INQUILINA DE WILDFELL HALL
DiversosTras muchos años de abandono, la destartalada y ruinosa mansión de Wildfell Hall es habitada de nuevo por una misteriosa mujer y su hijo de corta edad. La nueva inquilina -una viuda, al parecer- no tarda, con su carácter retraído y poco sociable, su...