CAPÍTULO LII. FLUCTUACIONES

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El lento calesín me había dado alcance por fin. Monté en él y le rogué al hombre

que lo había traído que lo condujera a Grassdale Manor. Estaba demasiado ocupado

con mis propios pensamientos para llevarlo yo mismo. Quería ver a la señora

Huntingdon. No podía considerarse impropio que lo hiciera ahora que hacía un año

que había muerto su marido.

Y por su alegría o su indiferencia ante mi inesperada visita, podría saber en

seguida si su corazón era verdaderamente mío. Pero mi acompañante, un tipo listo y

locuaz, no estaba dispuesto a permitir que me entregara a mis cavilaciones.

—¡Allá van! —dijo al ver el carruaje que iba delante de nosotros—. ¡Menudo

revuelo se va armar hoy allá abajo! ¿Sabe algo de esa familia, señor? ¿O no conoce

estas tierras?

—Me han hablado de ellos.

—¡Hum! De todas formas, la mayor parte se ha ido. Y supongo que la señora se

marchará cuando todo este alboroto termine y se irá a vivir a alguna parte de su

heredad; y la joven (bueno, en realidad no es nada joven) viene a vivir al Grove.

—¿Se ha casado acaso el señor Hargrave?

—Ay, señor, hace meses. Tenía que haberse casado con una viuda, pero no

pudieron ponerse de acuerdo sobre el dinero: ella tenía una buena bolsa y el señor

Hargrave la quería toda para él; pero ella no quería perderla, así que riñeron. Ésta no

es tan rica, ni tampoco tan guapa, pero no ha estado casada antes. Dicen que es muy

fea y que tiene cuarenta años o más, y así, ya sabe, si no aprovechaba esta

oportunidad, pensaba que nunca tendría otra mejor. Supongo que pensó que un

marido tan apuesto y joven valía todo lo que ella tenía, y él podría tomarlo y todos

contentos; pero apuesto a que no tardará mucho en arrepentirse del negocio que ha

hecho. Dicen que ya empieza a darse cuenta de que él no es en absoluto la perla, el

caballero generoso, simpático y encantador que creía antes del matrimonio; él

empieza ya a ser dejado y dominante. Ay, y ella lo encontrará más malo y dejado de

lo que cree.

—Parece usted conocerle muy bien —observé.

—Le conozco, sí, señor; le conozco desde que era muy joven; era orgulloso y

testarudo. Fui criado allí abajo durante años; pero no podía soportar la tacañería de

aquella casa. Ella era cada vez peor con sus exigencias, su vigilancia y su codicia; así

que decidí buscar otro sitio.

Entonces su monólogo se extendió sobre su trabajo actual de palafrenero en el

Rose & Crown y sobre cuánto mejor era éste comparado con el anterior, en libertad y

comodidad aunque aparentemente menos respetable; y entró en detalles respecto a la

LA INQUILINA DE WILDFELL HALLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora