Nuestra fiesta del 5 de noviembre transcurrió agradablemente, a pesar de la
negativa de la señora Graham a honrarla con su presencia. En realidad, es probable
que de haber asistido a ella hubiera habido menos cordialidad, libertad y juego entre
nosotros de los que hubo sin ella.
Mi madre, como de costumbre, estuvo alegre y habladora, servicial y amable; su
única equivocación fue pretender con demasiada inquietud que sus invitados fueran
felices, obligando a varios de ellos a hacer lo que sus espíritus detestaban: a comer o
beber, a sentarse frente a la chimenea o a hablar cuando les hubiera gustado
permanecer en silencio. No obstante, lo soportaron muy bien, pues estaban dispuestos
a divertirse.
El señor Millward fue generoso en dogmas importantes y bromas sentenciosas,
anécdotas pomposas y discursos magistrales, pronunciados para la ilustración de la
reunión en general y de la cautivada señora Markham, el cortés señor Lawrence, la
juiciosa Mary Millward, el apacible Richard Wilson y el prosaico Robert en
particular, que fueron los oyentes más atentos.
La señora Wilson estuvo más brillante que nunca, con su cargamento de noticias
frescas y fariseísmo antiguo, entrelazados con preguntas y reflexiones triviales y
observaciones a menudo repetidas, emitidas aparentemente con el único propósito de
no dar un momento de descanso a sus órganos del lenguaje. Se había traído con ella
su calceta y parecía como si su lengua hubiera hecho una apuesta con sus dedos para
aventajarles en velocidad y movimiento continuo.
Su hija Jane estuvo, naturalmente, tan graciosa y elegante, tan ingeniosa y
atractiva como posiblemente se había propuesto: había muchas mujeres que eclipsar y
muchos hombres que seducir, y allí estaba, además, el señor Lawrence para ser
apresado y subyugado. Sus pequeñas artes de seducción eran demasiado sutiles e
incomprensibles para atraer mi atención, pero me pareció notar que había en ella un
afectado aire de superioridad y una timidez poco propicia a su alrededor que anulaba
todos sus avances. Cuando ya se había ido, Rose me comentó todas sus miradas,
palabras y actitudes con una mezcla de agudeza y aspereza que me hizo maravillarme
por igual de la artificiosidad de la dama y la sagacidad de mi hermana, y preguntarme
si ésta no tendría un ojo puesto también en el potentado; pero no te alarmes, Halford,
no lo tenía.
Richard Wilson, el hermano menor de Jane, se sentó en una esquina,
aparentemente de buen humor, pero silencioso y tímido, deseoso de no llamar la
atención, aunque interesado en escuchar y observar; y aunque estaba en cierto modo
fuera de su elemento, habría sido bastante feliz a su manera si mi madre le hubiera
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LA INQUILINA DE WILDFELL HALL
DiversosTras muchos años de abandono, la destartalada y ruinosa mansión de Wildfell Hall es habitada de nuevo por una misteriosa mujer y su hijo de corta edad. La nueva inquilina -una viuda, al parecer- no tarda, con su carácter retraído y poco sociable, su...