CAPÍTULO XI. EL VICARIO DE NUEVO

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Pon que han pasado unas tres semanas. La señora Graham y yo éramos ahora

amigos declarados; o hermana y hermano, como decidimos considerarnos. Ella me

llamaba Gilbert, por expreso deseo mío, y yo la llamaba Helen, porque había visto

este nombre escrito en sus libros. En raras ocasiones intentaba verla más de dos veces

por semana; e incluso, siempre que podía, procuraba que nuestros encuentros

parecieran el resultado de una casualidad —pues pensaba en la necesidad de ser muy

prudente— y, en general, me comportaba con una corrección tan desmesurada que no

tuvo que llamarme la atención ni una sola vez. Sin embargo, no pude dejar de percibir

que se sentía a veces desgraciada o insatisfecha consigo misma o con su posición, y

realmente yo mismo no me sentía contento por lo último: esta actitud de indiferencia

fraternal era muy difícil de mantener y yo me veía a menudo como un hipócrita

abominable. También me di cuenta, o más bien lo sentí, que, a pesar suyo, «yo no le

era indiferente», como dicen humildemente los héroes de novela, y aunque disfrutaba

con gratitud de mi buena suerte, no podía dejar de desear y esperar algo mejor en el

futuro; pero, naturalmente, me reservaba semejantes sueños todos para mí.

—¿Adónde vas, Gilbert? —dijo Rose una tarde, poco después del té, cuando yo

había estado todo el día ocupado en la granja.

—A dar un paseo —fue la respuesta.

—¿Cepillas siempre tu sombrero tan cuidadosamente, te peinas con tanto esmero

y te pones unos guantes nuevos tan bonitos cuando sales a dar un paseo?

—¡No siempre!

—Vas a Wildfell Hall, ¿verdad?

—¿Por qué crees eso?

—Porque parece como si estuvieras... El caso es que me gustaría que no fueras

tan a menudo.

—¡Tonterías, niña! No voy allí desde hace seis semanas... ¿Qué quieres dar a

entender?

—Bueno, pero si yo estuviera en tu lugar no tendría tanto interés por la señora

Graham.

—Vaya, Rose, ¿estás tú también de acuerdo con la opinión dominante?

—No —replicó ella, dubitativa—, pero he oído contar muchas cosas sobre ella

últimamente, tanto en casa de los Wilson como en la vicaría; además, mamá dice que

si fuera una persona normal no estaría viviendo allí sola. ¿No te acuerdas, Gilbert, de

lo del falso título del cuadro que nos dijo en invierno y cómo lo explicó diciendo que

tenía amigos y conocidos a los que no quería dar la dirección de su residencia actual,

y que tenía miedo de que ellos la encontraran; y luego, de qué manera tan repentina

abandonó la habitación cuando llegó aquella persona a quien no nos dejó ver ni de

lejos, y a quien Arthur, con aire de misterio, llamó el amigo de su mamá?

LA INQUILINA DE WILDFELL HALLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora