Pon que han pasado unas tres semanas. La señora Graham y yo éramos ahora
amigos declarados; o hermana y hermano, como decidimos considerarnos. Ella me
llamaba Gilbert, por expreso deseo mío, y yo la llamaba Helen, porque había visto
este nombre escrito en sus libros. En raras ocasiones intentaba verla más de dos veces
por semana; e incluso, siempre que podía, procuraba que nuestros encuentros
parecieran el resultado de una casualidad —pues pensaba en la necesidad de ser muy
prudente— y, en general, me comportaba con una corrección tan desmesurada que no
tuvo que llamarme la atención ni una sola vez. Sin embargo, no pude dejar de percibir
que se sentía a veces desgraciada o insatisfecha consigo misma o con su posición, y
realmente yo mismo no me sentía contento por lo último: esta actitud de indiferencia
fraternal era muy difícil de mantener y yo me veía a menudo como un hipócrita
abominable. También me di cuenta, o más bien lo sentí, que, a pesar suyo, «yo no le
era indiferente», como dicen humildemente los héroes de novela, y aunque disfrutaba
con gratitud de mi buena suerte, no podía dejar de desear y esperar algo mejor en el
futuro; pero, naturalmente, me reservaba semejantes sueños todos para mí.
—¿Adónde vas, Gilbert? —dijo Rose una tarde, poco después del té, cuando yo
había estado todo el día ocupado en la granja.
—A dar un paseo —fue la respuesta.
—¿Cepillas siempre tu sombrero tan cuidadosamente, te peinas con tanto esmero
y te pones unos guantes nuevos tan bonitos cuando sales a dar un paseo?
—¡No siempre!
—Vas a Wildfell Hall, ¿verdad?
—¿Por qué crees eso?
—Porque parece como si estuvieras... El caso es que me gustaría que no fueras
tan a menudo.
—¡Tonterías, niña! No voy allí desde hace seis semanas... ¿Qué quieres dar a
entender?
—Bueno, pero si yo estuviera en tu lugar no tendría tanto interés por la señora
Graham.
—Vaya, Rose, ¿estás tú también de acuerdo con la opinión dominante?
—No —replicó ella, dubitativa—, pero he oído contar muchas cosas sobre ella
últimamente, tanto en casa de los Wilson como en la vicaría; además, mamá dice que
si fuera una persona normal no estaría viviendo allí sola. ¿No te acuerdas, Gilbert, de
lo del falso título del cuadro que nos dijo en invierno y cómo lo explicó diciendo que
tenía amigos y conocidos a los que no quería dar la dirección de su residencia actual,
y que tenía miedo de que ellos la encontraran; y luego, de qué manera tan repentina
abandonó la habitación cuando llegó aquella persona a quien no nos dejó ver ni de
lejos, y a quien Arthur, con aire de misterio, llamó el amigo de su mamá?
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LA INQUILINA DE WILDFELL HALL
DiversosTras muchos años de abandono, la destartalada y ruinosa mansión de Wildfell Hall es habitada de nuevo por una misteriosa mujer y su hijo de corta edad. La nueva inquilina -una viuda, al parecer- no tarda, con su carácter retraído y poco sociable, su...