9 de octubre. — Fue la noche del 4, poco después de tomar el té. Annabella había
estado cantando y tocando el piano, con Arthur, como de costumbre, a su lado; había
terminado su canción, pero todavía permanecía sentada ante el instrumento; él estaba
apoyado en el respaldo de su silla, conversando en voz baja, con su rostro muy cerca
del de ella.
Miré a lord Lowborough. Estaba en el otro extremo de la habitación, hablando
con los señores Hargrave y Grimsby; pero le vi lanzar hacia su mujer y su anfitrión
una rápida e impaciente mirada de reojo, que expresaba una intensa inquietud, ante la
que Grimsby sonrió. Decidida a interrumpir el tête-à-tête, me levanté y,
seleccionando una partitura del libro que estaba sobre el atril, me acerqué al piano
con la intención de pedirle a la dama que la tocara; pero me quedé estupefacta y sin
habla al verla escuchando, con lo que parecía una sonrisa exultante en su rostro
sonrojado, los susurros de Arthur, con su mano abandonada a la de él. La sangre se
agolpó primero en mi corazón y luego en mi cabeza, porque había algo más: casi en
el mismo momento en que me aproximaba, Arthur miró rápidamente por encima de
su hombro a los demás ocupantes de la habitación, y luego le besó con fervor la
rendida mano. Al levantar los ojos me vio y los bajó de nuevo, confundido y aterrado.
Ella también advirtió mi presencia y me lanzó una mirada de perverso desafío. Dejé
la partitura sobre el piano y me alejé. Me sentía enferma, pero no abandoné la
habitación; afortunadamente, se estaba haciendo tarde, y no podía faltar mucho para
que la reunión se disolviera. Fui a la chimenea e incliné la cabeza sobre la repisa. Dos
minutos más tarde alguien se acercó a preguntarme si me sentía indispuesta. Yo no
respondí; la verdad es que en aquel momento no sabía lo que me habían dicho; pero
alcé los ojos mecánicamente y vi al señor Hargrave junto a mí, sobre la alfombra.
—¿Quiere que le traiga un vaso de vino? —murmuró.
—No, gracias —respondí y, apartándome de él, miré a mi alrededor. Lady
Lowborough estaba junto a su marido, que estaba sentado, inclinada sobre él,
hablándole dulcemente y sonriéndole; y Arthur estaba junto a la mesa, hojeando un
libro de grabados. Me senté en la silla más próxima a él y el señor Hargrave, viendo
que sus servicios no eran necesarios, se retiró discretamente. Poco después la reunión
se disolvió, y, mientras los huéspedes se retiraban a sus habitaciones, Arthur se
acercó a mí, sonriendo con la mayor seguridad.
—¿Estás muy enfadada, Helen? —murmuró.
—Esto no es una broma, Arthur —dije seriamente, pero con toda la calma que
pude—, a menos que pienses que es una broma perder mi afecto para siempre.
—¿Cómo? ¿Tanto te ha molestado? —exclamó, risueño, cogiéndome la mano
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LA INQUILINA DE WILDFELL HALL
De TodoTras muchos años de abandono, la destartalada y ruinosa mansión de Wildfell Hall es habitada de nuevo por una misteriosa mujer y su hijo de corta edad. La nueva inquilina -una viuda, al parecer- no tarda, con su carácter retraído y poco sociable, su...