CAPÍTULO XXIII. PRIMERAS SEMANAS DE MATRIMONIO

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18 de febrero de 1822. — Esta mañana temprano, Arthur montó su caballo de

caza y partió con gran alborozo tras los podencos. Estará fuera todo el día, así que me

entretendré con mi abandonado diario, si es que puedo llamar así a una composición

tan irregular. Hace exactamente cuatro meses que lo abrí por última vez.

Ahora estoy casada, y soy la señora Huntingdon de Grassdale Manor. Mi

experiencia matrimonial alcanza ya las ocho semanas. ¿Lamento el paso que di? No,

aunque debo confesarme sinceramente a mí misma que Arthur no es lo que yo creí al

principio, y si le hubiera conocido tan bien al comienzo de nuestra relación como

ahora, probablemente nunca le habría amado, y si le hubiera amado primero y luego

hubiera hecho el descubrimiento, me temo que habría considerado mi deber no

casarme con él. No cabe duda de que podría haberle conocido antes, pues todo el

mundo estaba deseando contarme cosas de él y él mismo no era un completo

hipócrita. Pero yo me empeñaba tenazmente en permanecer ciega y ahora, en vez de

lamentarme por no conocer bien su carácter antes de unirme indisolublemente a él,

me alegro de ello, pues me ha salvado de librar una gran batalla con mi conciencia y

por consiguiente me ha ahorrado una gran cantidad de preocupación y dolor; y, sea lo

que fuere lo que tuviera que haber hecho, mi deber ahora es sencillamente amarle y

no separarme de él, y esto está de acuerdo con mi inclinación.

Está muy enamorado de mí... casi demasiado. Me conformaría con menos

caricias y más racionalidad. ¡Me gustaría ser menos un animalito mimado y más una

amiga, si pudiera elegir, pero no voy a quejarme! Sólo tengo miedo de que su cariño

pierda en profundidad lo que gane en pasión. A veces me parece como el fuego de las

hojas y las ramas secas comparado con el de un sólido carbón, muy brillante y

caliente; pero si ardiera y no dejara nada salvo cenizas, ¿qué haría? Pero no ocurrirá,

no puede ocurrir, estoy decidida, y estoy segura de que tengo fuerza para mantenerlo

vivo. Así que desecharé de una vez este pensamiento. Pero Arthur es egoísta, no

tengo más remedio que reconocerlo; y, en realidad, admitirlo me produce menos

dolor del que se podría esperar, porque le amo tanto que puedo perdonarle sin

esfuerzo que se ame a sí mismo: le gusta que le complazcan, y para mí es un deleite

complacerle, y si lamento esta tendencia suya no es por mi propio bien, sino por el

suyo.

El primer ejemplo me lo proporcionó con motivo de nuestro viaje de novios. Él

quería que fuera corto y rápido, porque todos los sitios del Continente le eran

familiares: muchos habían perdido interés para él y otros nunca lo habían tenido. La

consecuencia fue que, después de recorrer a toda velocidad parte de Francia e Italia,

LA INQUILINA DE WILDFELL HALLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora