A veces me sentía fuertemente tentado de revelar a madre y a mi hermana el
verdadero carácter y las circunstancias reales de la acosada inquilina de Wildfell Hall,
al principio lamenté haberme olvidado de pedirle a la dama permiso para hacerlo;
pero, después de reflexionar debidamente, me di cuenta de que si ellas los
conocieran, no sería por mucho tiempo un secreto para los Millwards y los Wilsor y
es tal mi opinión sobre el carácter de Eliza Millward que, si alguna vez llegara a
conocer la clave de la historia, me temo que encontraría la forma de revelarle al señor
Huntingdon el lugar del refugio de su esposa. Por tanto debía esperar pacientemente a
que pasaran estos seis meses, y luego, cuando la fugitiva hubiera encontrado otro
hogar, y se me permitiera escribirle, le rogaría que me dejara limpiar su nombre de
estas mezquinas calumnias; de momento tenía que contentarme con la simple
afirmación de que sabía que eran falsas, y que lo probaría algún día, para vergüenza
de aquellos que la calumniaban. No creo que me creyera nadie, pero todo el mundo
aprendió en seguida a evitar pronunciar una palabra en contra de ella, o incluso
mencionar su nombre en presencia mía. Me creían tan trastornado por las seducciones
de aquella infeliz mujer que estaba decidido a defenderla contra toda lógica;
entretanto me volví cada vez más malhumorado y misántropo por culpa de la idea de
que todos los que me encontraba ocultaban pensamientos indignos sobre la supuesta
señora Graham y que los expresarían si se atrevieran. Mi pobre madre estaba muy
preocupada por mí; pero yo no podía evitarlo o por lo menos creía que no podía,
aunque a veces sentía remordimientos por mi irrespetuosa conducta hacia ella y hacía
un esfuerzo por corregirme, logrando mi objetivo sólo parcialmente; la verdad es que
yo era más humano en mi trato con ella que con ninguna otra persona, a excepción
del señor Lawrence. Rose y Fergus rehuían mi presencia; y era mejor así, pues yo no
era una compañía apropiada para ellos, ni ellos para mí, en las circunstancias
presentes.
La señora Huntingdon no dejó Wildfell Hall hasta unos dos meses después de
nuestra última entrevista. En todo ese tiempo nunca apareció por la iglesia, y yo
nunca me acerqué a la casa. Únicamente sabía que ella estaba todavía allí por las
breves contestaciones de su hermano a las muchas y variadas preguntas que le hacía
sobre ella. Fui un visitante asiduo y atento de su casa mientras duró su enfermedad y
convalecencia; no sólo por el interés que tenía en su recuperación y mi deseo de
animarle y hacer méritos que compensaran mi anterior «brutalidad», sino por mi
afecto creciente por él y el placer cada vez mayor que me proporcionaba su
compañía, en parte debido a su mayor cordialidad hacia mí, pero fundamentalmente
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LA INQUILINA DE WILDFELL HALL
RandomTras muchos años de abandono, la destartalada y ruinosa mansión de Wildfell Hall es habitada de nuevo por una misteriosa mujer y su hijo de corta edad. La nueva inquilina -una viuda, al parecer- no tarda, con su carácter retraído y poco sociable, su...