25 de diciembre. — En la Navidad del año pasado yo era una novia con el
corazón rebosante de felicidad y llena de ardientes esperanzas respecto al futuro,
aunque no exentas de temores. Ahora soy una esposa: mi felicidad no se ha
desmoronado, pero es moderada; mis esperanzas han disminuido, pero no
desaparecido; mis temores han aumentado, pero no se han confirmado todavía del
todo; y, gracias a Dios, soy madre además. Dios me ha enviado un alma para que la
eduque para el Cielo y me ha concedido una nueva felicidad más serena, y esperanzas
más firmes como consuelo.
Pero parece como si detrás de la esperanza siempre tuviera que agazaparse el
miedo, y cuando aprieto a mi adorado pequeño contra mi pecho, cuando velo su
sueño con indescriptible deleite y un mundo de esperanza anida en mi corazón,
siempre rondan por ahí uno o dos pensamientos dispuestos a poner freno a mi gozo;
uno: me lo pueden arrebatar; otro: puede acabar maldiciendo su propia existencia. En
el primer caso, tengo este consuelo: el brote, aunque arrancado, no se marchitaría,
sólo sería trasplantado a un terreno más adecuado para que él madurara y creciera
bajo un sol más luminoso; y aunque en este caso yo no podría presenciar y alentar el
despliegue del intelecto de mi hijo, al menos éste sería arrancado de las garras del
sufrimiento y los pecados de la tierra, y mi visión del mundo me dice que esto no
sería un gran daño; pero mi corazón se encoge sólo de imaginar esta posibilidad y me
susurra que no podría soportar verle morir, y renunciar en favor de una tumba fría y
cruel a esta forma tan acariciada, cálida de vida frágil —carne de mi carne y altar de
esa llama pura que sería la dulce tarea de mi vida mantener inmaculada y a salvo del
mundo—, e implora ardientemente que el Cielo le permita seguir siendo mi consuelo
y mi alegría y me deje a mí ser su escudo, su instructora, su amiga, para guiarle por el
peligroso camino de la juventud y prepararle para ser el servidor de Dios mientras
esté en la tierra y un santo bendecido y honrado cuando esté en el Cielo. Pero en el
caso del segundo pensamiento, si ha de vivir para decepcionar mis esperanzas y
frustrar todos mis esfuerzos —para convertirse en un esclavo del pecado, una víctima
del vicio y la desgracia, una maldición para otros y para sí mismo—. ¡Padre Eterno,
si Tú has previsto semejante vida para él, llévatelo de mi lado ahora mismo por
grande que sea mi angustia, y arráncalo de mi pecho para acogerlo en el Tuyo ahora
que es todavía un corderillo sin mancha ni malicia!
¡Mi pequeño Arthur! Duermes en tu sueño inconsciente y dulce, diminuto
epítome de tu padre, pero aún sin mancha como esa nieve limpia que ha caído del
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LA INQUILINA DE WILDFELL HALL
De TodoTras muchos años de abandono, la destartalada y ruinosa mansión de Wildfell Hall es habitada de nuevo por una misteriosa mujer y su hijo de corta edad. La nueva inquilina -una viuda, al parecer- no tarda, con su carácter retraído y poco sociable, su...