A la mañana siguiente yo misma recibí algunas líneas de él, que confirmaban las
insinuaciones de Hargrave sobre su pronto regreso. Y llegó la semana siguiente, pero
en unas condiciones físicas y mentales peores que antes. Sin embargo, esta vez no
tenía intención de pasar por alto su abandono sin hacer alguna observación: no me
pareció adecuado. Mas el primer día él estaba cansado del viaje y yo contenta por
tenerle de nuevo conmigo: no le reprendería entonces; esperaría a mañana. A la
mañana siguiente él seguía cansado; esperaría un poco más. Pero a la hora de cenar,
cuando, después de haber desayunado a las doce una botella de agua carbónica y una
taza de café bien cargada, de haber almorzado a las dos con otra botella de agua
carbónica mezclada con brandy, empezó a sacarle defectos a todo lo que había sobre
la mesa, afirmando que debíamos cambiar de cocinera, pensé que había llegado el
momento.
—Es la misma cocinera que teníamos antes de que te fueras, Arthur —dije—.
Entonces, estabas muy satisfecho en general con ella.
—Pues entonces es que has dejado que se descuidara mientras he estado fuera.
¡Comer esta asquerosa porquería es suficiente para envenenarle a uno! —Apartó con
expresión caprichosa el plato que tenía delante y se dejó caer desesperado sobre el
respaldo de su silla.
—Creo que eres tú el que ha cambiado, no ella —dije, con la máxima suavidad,
porque no quería irritarle.
—Puede —respondió con aire indiferente, al mismo tiempo que cogía un vaso
lleno de vino mezclado con agua; cuando se lo hubo bebido añadió—: ¡porque tengo
un fuego infernal en mis venas que toda el agua del océano no puede apagar!
«¿Qué lo prendió?», estuve a punto de preguntar, pero en ese momento entró el
mayordomo y comenzó a retirar las cosas.
—Dese prisa, Benson; ¡termine cuanto antes con ese ruido infernal! —gritó su
señor—. ¡Y no traiga el queso, a menos que quiera que enferme de verdad!
Benson, algo sorprendido, se llevó el queso y se esforzó por quitar todo lo demás
lo más deprisa y silenciosamente posible; pero, por desgracia, había una arruga en la
alfombra, causada por el súbito retroceso de la silla de su señor, con la que tropezó,
originando una alarmante conmoción en la bandeja llena de loza que llevaba en las
manos, aunque ningún daño real, salvo la caída y la rotura de una salsera; pero, para
mi indecible vergüenza y consternación, Arthur se volvió furioso hacia él y le maldijo
con una vulgaridad brutal. El pobre hombre palideció y temblaba visiblemente
cuando se inclinó a recoger los pedazos rotos.
—No ha sido culpa suya, Arthur —dije—. Tropezó con la alfombra; además, no
ha pasado nada grave. No se preocupe por los pedazos ahora, Benson, puede
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LA INQUILINA DE WILDFELL HALL
De TodoTras muchos años de abandono, la destartalada y ruinosa mansión de Wildfell Hall es habitada de nuevo por una misteriosa mujer y su hijo de corta edad. La nueva inquilina -una viuda, al parecer- no tarda, con su carácter retraído y poco sociable, su...