5 de octubre. — El dulce líquido de mi copa no es puro: está rociado con un
amargor que no puedo ocultarme ni disimular como quisiera. Puedo tratar de
convencerme de que la dulzura predomina; puedo llamar a esas gotas amargas un
aromático sabor; pero aunque diga lo que quiera, están ahí todavía y no tengo más
remedio que beberlas. No puedo cerrar los ojos ante los defectos de Arthur y cuanto
más le amo más me preocupan. Su mismo corazón, en el que tanto confío, es, me
temo, menos tierno y generoso de lo que pensaba. Al menos, hoy me ha dado una
prueba de su carácter que parecía merecer un nombre más duro que el de
desconsideración. Él y lord Lowborough nos acompañaban a Annabella y a mí en un
largo, delicioso paseo a caballo; él iba a mi lado, como de costumbre, y Annabella y
lord Lowborough iban un poco más adelantados, este último inclinándose sobre su
compañera como si los dos sostuvieran una conversación tierna y confidencial.
—Estos dos nos tomarán la delantera, Helen, si no vamos con cuidado —observó
Huntingdon—. Acabarán casándose, no cabe duda. Ese Lowborough está bastante
colado. Pero sospecho que se encontrará en un aprieto cuando la consiga.
—Y ella se encontrará en un aprieto cuando lo consiga a él —dije—, si es verdad
lo que he oído.
—Ni hablar. Ella sabe muy bien lo que se trae entre manos; en cambio él, pobre
loco, se engaña a sí mismo con la idea de que será una buena esposa para él. Como
ella le ha engatusado con alguna baladronada sobre la poca importancia que tienen el
rango y la riqueza en los asuntos del amor y el matrimonio, cree que siente una gran
predilección por él, que no lo rechazará por su pobreza y que no lo corteja por su
linaje, sino que lo ama por ser como es.
—Pero ¿no está él cortejándola por su fortuna?
—No, no; eso fue lo primero que le interesó, desde luego; pero ahora se ha
olvidado por completo de ello: no entra nunca dentro de sus cálculos, salvo
simplemente como un dato importante sin el cual, por el propio bien de la dama, no
podría pensar en casarse con ella. No; está muy enamorado. Creyó que no podría
ocurrirle, pero le ha ocurrido una vez más. Estuvo a punto de casarse antes, hace dos
o tres años, pero se quedó sin prometida al perder su fortuna. En Londres adquirió
una mala costumbre: tenía una desgraciada pasión por el juego, y desde luego el tipo
había nacido con mala estrella, porque por cada vez que ganaba perdía otras tres. Es
un modo de atormentarse que nunca me ha gustado mucho. Cuando gasto mi dinero
me gusta disfrutar de todo su valor: no me divierte malgastarlo con ladrones y
fulleros; y en cuanto a ganar dinero, hasta ahora, siempre he tenido suficiente; es
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LA INQUILINA DE WILDFELL HALL
De TodoTras muchos años de abandono, la destartalada y ruinosa mansión de Wildfell Hall es habitada de nuevo por una misteriosa mujer y su hijo de corta edad. La nueva inquilina -una viuda, al parecer- no tarda, con su carácter retraído y poco sociable, su...