CAPÍTULO X. UN CONTRATO Y UNA PELEA

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Cuando todos se hubieron marchado, supe que la vil calumnia había estado

circulando por la reunión y en presencia de la víctima. Rose, sin embargo, juró que ni

la creía ni iba a creerla, y mi madre hizo la misma declaración, aunque me temo que

no con una convicción tan real y tan firme.

Parecía tenerla siempre en la cabeza y solía irritarme con expresiones tales como:

—¡Vaya, vaya, quién lo hubiera pensado!... ¡Bueno, siempre me pareció que

había algo extraño en ella!... Ya ves lo que ganan las mujeres afectando ser diferentes

de los demás...

Un día dijo:

—Recelé de esa apariencia de misterio desde el principio... Pensé que no podía

esconder nada bueno; pero resulta triste, muy triste, estar convencida de ello.

—Pero, madre, dijiste que no creías en esas historias —dijo Fergus.

—Y no las creo, querido; pero, a pesar de todo, deben tener algún fundamento,

¿no crees?

—El fundamento está en la crueldad y la falsedad del mundo —dije— y en el

hecho de que el señor Lawrence ha sido visto por aquel camino una o dos veces al

atardecer. Las habladurías del pueblo dicen que va a cortejar a la extraña señora, y los

chismosos se han adueñado codiciosamente del rumor, para convertirlo en la base de

sus infernales maquinaciones.

—Bueno, Gilbert, algo debe de haber en su conducta que fomente semejantes

rumores.

—¿Has observado tú algo en su conducta?

—No, desde luego; pero ya sabes que siempre dije que había algo extraño en ella.

Creo que fue precisamente aquella tarde cuando me atreví a llevar a cabo otra

invasión de Wildfell Hall. Había transcurrido una semana desde nuestra velada. Me

había pasado los días esforzándome por encontrarme con su dueña durante sus

paseos; y siempre decepcionado (debía de habérselas arreglado deliberadamente para

que así fuera), pasaba las noches dándole vueltas a mi cerebro en busca de algún

pretexto para otra visita. Finalmente, llegué a la conclusión de que no podía soportar

aquella separación durante más tiempo (a esas alturas, como verás, ya había llegado

muy lejos); cogiendo de la biblioteca un viejo volumen que pensé que le interesaría

—aunque no me había atrevido a ofrecérselo todavía para una lectura cuidadosa por

su estado ruinoso y poco presentable—, salí apresuradamente, no sin temer cómo

sería recibido y cómo conseguiría hacer acopio de valor para presentarme con una

excusa tan frágil. Pero quizá pudiera verla en el campo o en el jardín, y entonces la

dificultad no sería muy grande: lo que me trastornaba tanto era la llamada formal a la

puerta, con la probabilidad de ser llevado solemnemente por Rachel a la presencia de

LA INQUILINA DE WILDFELL HALLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora