20 diciembre de 1826. — El quinto aniversario de mi boda y, confío, el último
que paso bajo este techo. Mi resolución es firme, mi plan está trazado y parcialmente
ejecutado ya. Mi conciencia está tranquila, pero mientras mi proyecto madura,
permítaseme entretener estas largas veladas de invierno exponiendo el caso para mi
propia satisfacción... un entretenimiento bastante triste, pero al tener el aire de una
ocupación útil, y al proseguirse como una tarea, me sentará mejor que otro más
ligero.
En septiembre el apacible Grassdale se animó de nuevo con una reunión de (así
llamados) damas y caballeros, los mismos individuos que habían sido invitados hace
dos años, con la adición de dos o tres más, entre los que estaban la señora Hargrave y
su hija menor. Los caballeros y lady Lowborough fueron invitados por el placer y la
conveniencia del anfitrión, las otras damas supongo que por razón de las apariencias,
y para mantenerme a raya y obligarme a ser discreta y cortés en mi conducta. Pero las
damas estuvieron sólo tres semanas y los caballeros, con dos excepciones, más de dos
meses, pues el dueño de la casa se mostraba reacio a deshacerse de ellos y quedarse
solo con su brillante intelecto, su inmaculada conciencia y su amada y amorosa
esposa.
El día que llegó lady Lowborough, la acompañé hasta su alcoba y le dije
claramente que si llegaba a tener razones para creer que todavía continuaba su ilícita
relación con el señor Huntingdon, creería mi ineludible deber informar a su marido
del hecho, o al menos despertar sus sospechas, por muy doloroso que fuera hacerlo y
por terribles que fueran las consecuencias. Ella al principio se quedó sorprendida por
la declaración, tan inesperada y tan decidida y serenamente expresada; pero se
recuperó de inmediato y repuso alegremente que sí yo veía algo reprensible o
sospechoso en su conducta, no me pondría ninguna traba para que fuera a contárselo
a su señoría. Con el deseo de contentarme con esto, la dejé; y ciertamente desde
entonces no vi nada reprensible o sospechoso en su comportamiento con su anfitrión,
aunque yo tenía otros invitados a los que atender y no los vigilé de cerca... porque, a
decir verdad, temía ver algo entre ellos. Ya no lo consideraba algo de interés, pero era
mi deber poner al corriente a lord Lowborough, un penoso deber, y me horrorizaba
verme obligada a cumplirlo.
Pero mis temores se acabaron de una manera que no había previsto.
Aproximadamente quince días después de la llegada de nuestros invitados, me había
retirado a la biblioteca cuando el día tocaba a su fin para tomarme unos minutos de
descanso de la forzada jovialidad y la conversación agotadora (porque después de un
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LA INQUILINA DE WILDFELL HALL
AcakTras muchos años de abandono, la destartalada y ruinosa mansión de Wildfell Hall es habitada de nuevo por una misteriosa mujer y su hijo de corta edad. La nueva inquilina -una viuda, al parecer- no tarda, con su carácter retraído y poco sociable, su...